Borges y el “Arte de injuriar”

Sus notas sobre cine

Recuerdo que en cierta ocasión un profesor nos invitaba a reflexionar acerca de la dificultad que existe al intentar, desde la crítica, realizar un análisis totalizante de la figura de Borges. Porque, si bien es cierto, Borges hay uno solo, íntegro y excepcional, también se puede razonar que hay muchos: el Borges niño, que leía ávidamente en la biblioteca de su padre; el Borges vanguardista de los años 20; el Borges esplendoroso de Ficciones y El aleph; el Borges antiperonista, entre otros. A pesar de estas rígidas y siempre fragmentarias categorías, me resultó sugestivo pensar que, a pesar del irrevocable paso del tiempo, en Borges se mantiene intacto ─ en algunas épocas en menor medida, en otras con un sesgo mucho mayor, por supuesto ─ su carácter peleador: un epíteto que introdujo magistralmente Alan Pauls en El factor Borges.

Si bien su popularidad ─ palabra que no le hubiese gustado en absoluto─ se atribuye fundamentalmente a sus cuentos y su obra poética, Borges también fue un exquisito escritor de ensayos, a los que bañó con su impronta, fundamentalmente a través de la añadidura de un palpable matiz literario, brindándoles así una singularidad inapelable. Juan José Saer, en su texto “Martín Fierro: problemas de género” ubica a los ensayos borgeanos, junto a Museo de la novela de la eterna, el mismo Martín Fierro, el Facundo, entre otros, en una lista de obras que no pertenecen a la patria de ningún género preciso.

Uno de sus libros ensayísticos más conocidos es Historia de la eternidad (1936). En dicha obra, hacia el final, casi marginalmente, encontramos un pequeño ensayo titulado “Arte de injuriar”. El título es bastante explícito. Borges no ve en la injuria, en el pelear sino otro avatar digno de ser envuelto en la creatividad y posibilidades del lenguaje. En otras palabras, observa en la injuria otra posibilidad del arte: “Un estudio preciso y fervoroso de los otros géneros literarios, me dejó creer que la vituperación y la burla valdrían necesariamente algo más”. Luego Borges pasa a enumerar una serie de recursos que en conjunto conforman, podríamos decir, una didáctica para la injuria. Estas estrategias verbales serán un soporte para que el querellante no pierda la sobriedad, la elegancia y la templanza (características en la prosa borgeana). Analizando una mordaz crítica de Paul Groussac a Ricardo Rojas, dirá Borges que “parece una respuesta de compadrito”[1]. Justamente, recaer en esos simplismos es aquello que el escritor intenta eludir.    

Quizás en donde más nítidamente podamos rastrear al Borges peleador sea en los diferentes artículos, reseñas y ensayos que publicó en distintos diarios (Crítica, por ejemplo) y revistas (Sur, Martín Fierro, El Hogar, entre otras). Allí escribe reseñas, biografías breves, notas o artículos en los que se desliza la figura de un Borges que se deshace en elogios con aquellos autores u obras que se adecuan a sus preceptos literarios y artísticos; al mismo tiempo en que detectamos a un Borges mordaz, filoso y hasta arbitrario, con aquellas piezas que escapan a éstos. En este sentido, Juan José Saer señala: “Buena parte de sus ensayos, reseñas, artículos o conferencias, son verdaderas descargas de artillería”[2]. Buscar en Borges un dejo de objetividad sería una misión imposible. Sus textos, parafraseando a Michel Lafon, están cargados de una radiante subjetividad y sus declaraciones son siempre apasionadas.[3] Las medias tintas, los grises, no tienen lugar en los textos críticos borgeanos. 

Para no realizar una mezcolanza, no sólo temática, sino de textos que pertenecen a diferentes épocas (a distintos Borges, podría decir), me propongo exhibir los ásperos e incisivos juicios que realiza el escritor sobre películas. Éstos se reúnen en una serie de notas publicadas, entre 1931 y 1945, en la revista Sur[4], reunidas por Edgardo Cozarinsky en un libro capital (si se piensa en la relación de Borges y el cine), titulado –valga la redundancia– Borges y el cine (1974).

Aunque no muy conocida, la relación de Borges con el séptimo arte fue fundamental. El mismo autor reconoce en el prólogo a su primer libro de cuentos, Historia universal de la infamia (1935) una influencia de quien acaso fue su director predilecto, Josef von Sternberg. Esto nos da la idea de un asiduo asistente a las salas de cine, arte que evidentemente lo cautivaba, pero que nunca dejó de considerar como un arte menor o, en su defecto, subsidiario de la literatura. Es decir que Borges critica y analiza cine, pero lo hace desde preceptos y criterios propios de la literatura. A propósito del tema, en su texto “El espectador corto de vista: Borges y el cine”, dice David Oubiña:

Borges ve poco porque su mirada está acotada por el estrecho marco de sus intereses. Ve los films sub especie literaria, no sólo porque utiliza un saber aprendido en los libros sino, ante todo, porque proyecta la literatura sobre ellos. El escritor-espectador ve todo el cine como si fuera un medio hecho de libros ilustrados. Es decir: lee lo literario en ellos.[5]

Economía de recursos, fluidez narrativa, momentos emocionalmente significativos, ritmo, son los procedimientos que, para Borges, deben decir presente en todo buen film. ¿Quiénes cumplen estos requisitos? Los estadounidenses. Las cinematografías de otros lares, fundamentalmente las europeas, incluso la argentina, para Borges no merecen ningún tipo de consideración.

Comienzo, entonces, a analizar el carácter vituperante de sus notas cinematográficas. El recurso que prima en la injuria borgeana presente en estas notas es el que, arbitrariamente, denomino elevación-caída abrupta. Borges finge un cumplido, eleva, con ese elogio, por los aires el film o director en cuestión para que, justamente, la caída posterior sea mucho más estrepitosa. Quizá a esto se refería en “Arte de injuriar” cuando hace mención de que, para este arte “otro método servicial es el cambio brusco”. Otra estrategia discursiva que se asoma y que Borges usa para la injuria es la “la inversión incondicional de los términos”. Se trata de palabras o ideas que aparentemente son irreconciliables y que se unen para lograr cierto efecto jocoso.

En una nota referida a una película alemana, Borges aprovecha, de paso, para lanzar dardos a todas las escuelas europeas, de manera que menciona “los aclamados y vigentes errores de la producción alemana”, y también “los todavía menos esplendorosos de la escuela soviética”. Es finísimo el recurso, de unir a un sustantivo como errores con los adjetivos aclamados y esplendorosos. La peor parte se la lleva la escuela francesa, y aquí se aprecia mejor el primer recurso mencionado. Primero, algo que en principio parece un elogio: “De los franceses ni hablo: su mero y pleno afán hasta ahora, es el de no parecer norteamericanos (…) Y luego remata: “─riesgo que les prometo no corren”.[6]

En otra nota, titulada “Street Scene”, Borges realiza una crítica de la película homónima. En dicho texto, prima, nuevamente, la elevación-caída como recurso vertebral, acrecentando el efecto a través de la enumeración:

Hay un héroe virtuoso, pero manoseado por un compadrón. Hay una pareja romántica, pero cada unión legal o sacramental está prohibida. Hay un glorioso y excesivo italiano (…) cuya vasta irrealidad cae también sobre sus normales colegas (…) No es, sustancialmente, una obra realista; es la frustración o la represión de una obra romántica.[7]

De la misma manera, en una nota que tiene como fuente primaria al metraje Lo que vendrá (1936), del director William Menzies, Borges hace mención de “el grandioso film que hemos visto”, y después aclara “grandioso en el sentido peor de esa mala palabra”.[8]

Tal vez una de las críticas más despiadadas, y no por eso menos geniales, haya sido la que realizó después del visionado del film argentino Los muchachos de antes no usaban gomina (1937). Borges comienza diciendo: “el otro film informativamente se llama: Los muchachos de antes no usaban gomina. (Hay nombres informativos que son hermosos: El General murió al amanecer)”. La elección del adverbio informativamente para referirse al largo título del film implica, desde el vamos, una tentativa transparente por rebajar la posible creatividad que se le pueda atribuir a la elección del título. Luego, la información que suministra en el paréntesis, es también un dardo punzante, al que faltaría agregarle: “no es el caso de Los muchachos de antes no usaban gomina”. Para recalcar la atrocidad que había significado para Borges la elección del título, arremete otra vez, no sin humor, contra la longitud de éste: “Este ─Los muchachos de antes, etcétera─”. Prosigue afirmando que “es indudablemente uno de los mejores films argentinos que he visto” ¡Colosal elogio! Pero Borges pincha el globo y aclara “es decir, uno de los peores del mundo”.[9]

El carácter despectivo de los comentarios borgeanos hacia la industria cinematográfica argentina se repite incluso en momentos en que no tiene otra opción que deshacerse en elogios: la magnífica película Prisioneros de la tierra (1939), de Mario Soffici, despertó una gran admiración en el escritor. Borges asegura que como film “es superior a cuantos ha engendrado (y aplaudido) nuestra resignada república”. Misión que para Borges no tuvo que haber sido muy dificultosa, debido al pobre nivel de nuestra cinematografía en ese entonces, por eso en medio del enunciado, maliciosamente aclara: “¡Menguada gloria!”.[10]

Luego, demostrando que evidentemente no era amante de los ídolos populares del cine nacional, destaca del film de Soffici: “Ignorar a Sandrini, eludir victoriosamente a Pepe Arias, disuadir a Catita[11], son tres formas de la felicidad que nuestros directores no habían acometido hasta ahora”. Destaco la palabra acometido debido a que, en “Arte de injuriar”, Borges señala que “mencionar los sonetos cometidos por el doctor Lugones, equivale a medirlos mal para siempre”. La sola utilización de ese término, para Borges es un arma letal para disparar contra los directores del cine argentino.

En otras ocasiones, parece no importarle demasiado los tapujos y realiza comentarios, si usamos sus criterios, “de compadrito”. Von Sternberg realizó, en 1935, una adaptación de la novela de Dostoievsky, Crimen y castigo. No pareció ser del gusto de Borges, quien no muy cariñosamente dice del director nacido en Austria: “Antes parecía loco, lo cual es algo; ahora, meramente tilingo”.[12] Lo jovial de la situación es que se enfervoriza con quien fue su máximo referente en el mundo cinematográfico.

Podría seguir incluyendo fragmentos cargados de los muchas veces crueles e ingeniosos juicios de Borges, pero el texto incurriría en una redundancia infructuosa. Invitar al lector a descubrir y disfrutar estos textos, es el objetivo principal que me planteé a la hora de escribir éste. Tal vez este aspecto en particular, dentro de la vastísima obra de Borges, sea irrelevante o intrascendente, pero no por eso deja de ser interesante y, por sobre todo, disfrutable. No puedo evitar pensar en El factor Borges, de Alan Pauls y en la sugestiva idea de “hilarizar a Borges”, de restituir toda la carga de risa presente en sus páginas. Borges es, por supuesto y cómo negar ese legado, el autor de “El Aleph”, “El sur” o “El jardín de los senderos que se bifurcan”, pero también es el escritor que puso la creatividad del lenguaje al servicio de la injuria, al servicio de denostar aquello que sencillamente no era de su gusto, el escritor de una perdida sección de la revista Sur que se fastidia desmesuradamente cuando von Sternberg lo decepcionaba en una película.

Publicado el 6/8/2022


[1]   Jorge Luis Borges, “Arte de injuriar”, en Historia de la eternidad (Sudamericana, Barcelona, 2011, p.222)

[2] Juan José Saer, “Borges como problema”, en La narración-objeto (Seix Barral, Barcelona, 1999, pp. 113-137)].

[3] Michel Lafon, “Poética del prólogo”, en Boletín/7 (Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, Rosario, 1999, pp. 11-23).

[4]   Raimundo Calcagno, alias Calki, le atribuyó a Homero Manzi la siguiente frase maliciosa: “El público del cine argentino estaba constituido por almaceneros, empleaditas, sirvientas y señoras gordas”. Cuesta entender entonces, como un arte de corte popular como lo era el cine, es introducido por Borges en una revista eminentemente elitista como Sur. Borges simplemente dirá “es lo que los lectores quieren leer”.

[5] David Oubiña, “El espectador corto de vista: Borges y el cine”, en Variaciones Borges n° 24(julio de 2007, p. 138).

[6] Todas las citas en Jorge Luis Borges, “Films”, Sur nº 3 (invierno de 1931).

[7] Jorge Luis Borges, “Street Scene”, Sur nº 5 (verano de 1932).

[8] Jorge Luis Borges, “Wells, previsor”, Sur n° 26 (noviembre de 1936).

[9] Todas las citas en Jorge Luis Borges, “Dos films”, Sur n° 31 (abril de 1937).

[10] Todas citas en Jorge Luis Borges, “Prisioneros de la tierra”, Sur nº 60 (septiembre de 1939).

[11] Personaje que interpretaba la actriz Niní Marshall.

[12] Jorge Luis Borges, “Dos films”, Sur nº 19 (abril de 1936).

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