Cómo hacer ficción a partir del vacío

“Nadie nada nunca” de Saer

“Llega hasta sus oídos, sin estridencias, el rumor de febrero, el mes irreal, concentrado, como en un grumo, en la siesta”[1]. De esta manera, Saer nos introduce en el verano, en esa temperatura insoportable, pero en la orilla, lo que permite el disfrute del río, aunque ese goce se vea afectado por la incertidumbre constante.

¿Cuál es la incertidumbre que azota Rincón Santa Fe? Sucede que hay un asesino —podría ser uno o muchos— que ha, o han, estado asesinando caballos en la zona circundante. Por este motivo, y para que lo ayude a resguardar al bayo amarillo, el Ladeado se acerca al Gato Garay.

Este es el inicio de la novela en la que, más allá de esto, no “pasa nada”. Pero, ¿qué quiere decir esto?: —que el lector no se desmotive, por favor—. Hay que aclarar que la “nada”, en realidad, es inexistente en Saer; la nada saereana bien podría ser la totalidad de cualquier otro autor. Quizás resulte más fácil poder explicarlo con una cita de la obra: “Nadie ha visto nunca un lugar vacío. Cuando uno lo mira, ya no está vacío —uno mismo es el que mira, la mirada, el lugar.”[2] Esto es contundente, porque en esa “nada” el autor va a plantear y a situar su novela. En ese discurso ambivalente, en el que no sucede algo y sucede todo —ya que el presente puede llegar a ser tan infinito a lo ancho como el futuro y el pasado a lo largo— va a transcurrir lo narrado.

La narración de Saer —como el recurrente lector de su obra notará— no escatima en descripciones, en adjetivaciones y en una suerte de precisión cinematográfica —no es baladí mencionar que ejerció la docencia y su especialidad en la práctica docente fue el cine—. El lenguaje es el motor principal del acto narrativo que el autor serodinense nos plantea en esta obra, como en tantas otras. Magistralmente nos sumerge de lleno en este mundo del bayo amarillo, del Gato, del Ladeado y de los caballos asesinados. La recurrencia del sintagma “no hay, al principio, nada” es sugestiva. No sucede nada, y sucede todo.

El lector experimentará y volverá a vivir el día del Gato Garay en el marco de ese febrero irreal. Esta reincidencia no es un tedio, como podría presuponerse; al contrario, enriquece la experiencia. Con cada ampliación, con cada nueva perspectiva, vamos adentrándonos, desglosando y descubriendo cada vez más, aquella jornada, en la que todo acaece.

La figura del caballo, que debe ser escondido para ser mantenido a salvo, la mano anónima que tira del gatillo y lo finaliza… ¿son una gran metáfora para algo más? El Caballo Leyva, que apresa a personas porque sí… ¿coincidencia homonímica con el animal o pista premeditada? Quizá esto es interpretación mía, pero la figura del equino, frágil, y su contraparte represora, que oprime, podrían ser dos caras contrarias de un contexto muy sensible y mucho más abarcativo que la zona tan delimitada donde transcurre la obra: el país de la última dictadura. En reiteradas ocasiones, el mismo autor hace uso del oxímoron —“espacio vacío, lleno de una luz pesada[3]—, así que, ¿por qué no dar lugar a esta posibilidad?

Juan José Saer ostenta un uso envidiable del lenguaje para componer sus obras, y en la novela presente no lo escatima en ningún momento. Nadie nada nunca, ineludible obra de Saer, nos invita a adentrarnos a redescubrir aquella jornada del “mes irreal”, aquel día en el que “nada pasa”pero, como ya sabemos, todo acontece. El lector encontrará genuino placer al ir atando cabos sueltos, recreando cada uno de los hechos aislados, para después aglomerarlos en una única entidad indivisible —esta última expresión es una sinécdoque aplicable a la totalidad de la obra de Saer— que le terminará resultando tan familiar como si el mismo hubiese experimentado aquella jornada, con Elisa, el Gato Garay, el Ladeado y el bayo amarillo.

Sin más preámbulos, lego una cita sugestiva al lector y lo invito a descubrir —y redescubrir constantemente— la historia narrada, que encierra a la vez la totalidad del presente; que demás está decir es infinito.

La noche entera está como a la expectativa, vigilando. Durante un tiempo incalculable, segundos, minutos, horas, un tiempo cuya duración es al fin de cuentas secundaria o imposible de medir ya que los intersticios que la cortan —si la cortan intersticios— no responden a ninguna clase de escala o de medida, en el pueblo dormido y desierto, no pasa nada, a no ser la interrupción imperceptible y el recomienzo imperceptible que ningún oído humano, aun concentrando al máximo su atención, hubiera podido, siquiera vagamente, escuchar.[4]

Juan José Saer, narrador del lenguaje puro por antonomasia, nos vuelve a mostrar en esta obra —como en tantas otras: El limonero real, Glosa, Cicatrices— que no es necesaria una épica bélica, una novela monumental o una historia milenaria. Porque es siempre posible que, en pequeños y momentáneos cortes sincrónicos —muy específicos— pueda gestarse, en el vacío, una gran novela.

Publicado el 11/8/2022


[1] Juan José Saer. Nadie nada nunca. (Seix Barral. 2020 [ed. orig. 1980] p. 12). Las itálicas son mías.

[2] Op.cit. p. 209.

[3] Op.cit. p. 68. Las itálicas son mías.

[4] Op.cit. p. 64.

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