El pliegue sueño-vigilia en Borges

Mes Borges

Toda su aprensión venía, no de los elementos extraños que diferenciaban al sueño de la vigilia, sino de las semejanzas entre los dos, lo que arrojaba una luz inesperada sobre las diferencias que parecían poner al descubierto, de manera indirecta, aspectos insospechados de la vigilia.

Juan José Saer, La pesquisa. Seix Barral.[1]

Pocos aspectos de la mente humana resultan tan atractivos y tan fascinantes para el imaginario social como la aventura de soñar. Tanto esta como la literatura —elementos, ambos, construidos de ficción— han sido objeto, a lo largo de la historia, de una innumerable cantidad de estudios y teorías, situación que, arguyo, escapa a la mera casualidad.

Tanto el campo de la construcción de ficciones a través del sueño como de la literatura desbordan cautivantes elementos que prestan a analizarse, pero considero necesario, como premisa, afluir en la siguiente máxima: ni el sueño ni la ficción —si es que, a esta altura, no pueden considerárselos ya parte de una misma entidad indivisible— están exentos de los infructuosos exámenes que pretenden posicionarlos, arbitrariamente, en los polos de verdad o mentira. Olvidémonos de las desubicadas jaulas que pretenden tranquilizar la compulsividad de clasificar lo narrado y permitámonos adentrarnos más allá de estas estancas categorías.

En diversos cuentos, Borges ya lo hizo: a fuerza de cautelosas operaciones narrativas logró borrar las tensas fronteras que dividen lo real de lo imaginario, lo palpable de lo ficcional, lo soñado de lo vivido. “Las ruinas circulares”, “Abenjacán el bojarí, muerto en su laberinto” y “La espera” son solo algunos de los textos testigo. Si buscáramos ir más lejos, hasta podríamos apelar a “El sur” o “El milagro secreto”, pero estas últimas obras las reservaremos para otros trabajos que aborden el tiempo, el espacio y la conflictividad de estas dualidades.

Tanto lo soñado como lo vivido por los personajes borgeanos admiten articularse bajo la noción que Deleuze sostiene sobre el barroco en El pliegue, Leibniz y el barroco y que recupera Sarlo en Borges, un escritor en las orillas[2]:

La duplicidad del pliegue se reproduce necesariamente en los dos lados que el pliegue distingue, pero que, al distinguirlos, relaciona entre sí: escisión en la que cada término remite al otro, tensión en la que cada pliegue está tensando en el otro. [3]

El pliegue, que imaginamos como la división entre dos caras de una misma hoja, compone una frontera de tensión. Porque, no negamos, sí existen esas dos caras como realidades, podríamos decir, distintas: lo vivido como aquello construido de experiencias multisensoriales que pueden ser corroboradas y atestiguadas por otros, y lo soñado como aquellas experiencias compuestas tanto por el campo consciente como por el inconsciente —no abundaremos aquí en demasiadas precisiones psicoanalíticas— en un determinado nivel de reposo cerebral. De un lado y del otro, dos realidades que no parecen ligables en lo inmediato hasta que Borges pone de revés el papel. Eso es lo que leemos en “La espera”, por ejemplo, publicado en El Aleph (1949), que narra la historia de un hombre que, a la espera de su asesino, sueña, diariamente, con su inminente muerte: lo que en este relato el impostor Villari vive no es otra cosa que una mala versión de lo que ha soñado. Aquellos dos actos que parecen tan poco relacionables como vivir y soñar se convierten en uno solo al final —y a lo largo— del mencionado relato. De hecho, segundos antes de su muerte, el narrador evalúa menos duro vivir que imaginar.

Con una seña les pidió que esperaran y se dio vuelta contra la pared, como si retomara el sueño. ¿Lo hizo para despertar la misericordia de quienes lo mataron, o porque es menos duro sobrellevar un acontecimiento espantoso que imaginarlo y aguardarlo sin fin, o —y esto quizá lo más verosímil— para que los asesinos fueran un sueño, como ya lo habían sido tantas veces, en el mismo lugar, a la misma hora?.[4]

Al final, el panorama se torna más claro cuando notamos que la moneda sí cayó de un lado: el de lo vivido, que paradójicamente es la muerte. “En esa magia estaba cuando lo borró la descarga”[5]. En el mismo texto, el narrador opera sobre el sueño, y lo juzga como una organización de las cosas. Este detalle es poco menos que interesante: “El hombre pensó que esas cosas (ahora arbitrarias y casuales y en cualquier orden, como las que se ven en los sueños) serían con el tiempo, si Dios quisiera, invariables, necesarias y familiares”[6].

Podemos interrogarnos: ¿qué es la ficción sino cosas arbitrarias y casuales y en cualquier orden, como las que se ven en los sueños? Y, con “cualquier orden”, entendemos el libre albedrío en función de las decisiones que articulan la organización —o múltiples organizaciones— de las cosas, no así la anarquía sin sentido. ¿Acaso no es ese el arte de narrar, otorgarle relevancia a lo visible y a lo invisible, enrarecer, operar sobre un recuerdo o sobre un hecho, sea este real o no? ¿Qué tan frondoso es el límite que divide al sueño de la ficción?

En otras obras incluídas en El Aleph, como en “Abenjacán el bojarí, muerto en su laberinto”, por ejemplo, esta cuestión se torna más problemática para el protagonista: aunque al final del relato descubramos que, en realidad, la historia era otra, Abenjacán se esmera en escapar de lo que recuperó de un sueño: las palabras de venganza de su primo Zaid, que había jurado asesinarlo en venganza de haber sufrido una puñalada del primero.

[…] el roce de una telaraña en mi carne me había hecho soñar aquel sueño. En mi cinto estaba la daga con empuñadura de plata; la desnudé y le atravesé la garganta. […] balbuceó unas palabras que no pude entender. […] La primera noche que navegamos soñé que yo mataba al Zaid. […] Decía: ‘Como ahora me borras te borraré, dondequiera que estés’.[7]

En este relato, el sueño no solo se muestra reticente a diferenciarse claramente de “la realidad”, sino que, osado, traspasa esa línea y logra operar sobre la vigilia. En consecuencia, Abenjacán construye un intrincado laberinto en el que se resguadará de la amenaza que una vez soñó, aunque reconoce lo extraño de esta operación: El minotauro justifica con creces la existencia del laberinto. Nadie dirá lo mismo de una amenaza percibida en un sueño”[8].

De los dos relatos mencionados hasta el momento, probablemente sea este último, “Abenjacán el bojarí…”, el que atestigua lo poderosas que pueden resultar las realidades que se construyen en los sueños. Son estos últimos los que obligan a escapar al protagonista, a convencer y movilizar personas para construir una compleja edificación, y a resguardarse del inminente asesino.

Capítulo aparte en nuestro objetivo de abordar el sueño —si es que este término no compone una empresa demasiado pretenciosa para el presente ensayo— es el ya conocido “Las ruinas circulares”. La idea de un hombre engendrado por otro a través de operaciones que exceden la vigilia y, por el contrario, se encuentran en los sueños, se vuelve la base de este magnífico cuento publicado en Ficciones (1944). De modo manifiesto, Borges incluye en la discusión lo complejo del tema que nos convoca: “Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón […]”.[9]

Ahora que ya estamos en condiciones de enlazar las consideraciones sobre el sueño provenientes de “La pesquisa” y “Las ruinas circulares”, podríamos entonces arribar a la siguiente premisa: el empeño de un hombre de modelar la vertiginosa materia de cosas arbitrarias, casuales, de cualquier orden, a veces incoherente, de que se componen los sueños/ficción, es el más arduo de los que pueden cometerse.

En una pormenorizada relectura del cuento “Las ruinas circulares”, notaremos cuáles son aquellos rasgos que podemos revelar para dar cuenta de la operación sueño-vigilia que allí se pone en juego —y que, en realidad, debería denominarse sueño-sueño—. Si bien —permítanme el spoiler– al final descubriremos que todo se trató de una ensoñación, Borges escritor permite que el narrador incluya declaraciones que nos advierten, desde un principio, que la noción de realidad se encontrará trastocada. Por ejemplo:

Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular… […] Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió […][10].

Nuestro personaje, desde un principio, como en los sueños, parece no sentir, no percibir su cuerpo ajado por cortaderas que, incluso, se aclara, dilaceraron sus carnes. También, como ocurre en la totalidad de los casos con los sueños —salvo contadas excepciones—, olvidó todo: “[…] si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder”[11]. Como otras que en un principio pueden parecer falsamente accesorias, estas líneas son, en realidad, semillas que el narrador siembra en la superficie del texto para después, en el cierre del círculo ficcional, cosechar.

En el desenlace del cuento, y como uno de los finales más estremecedores y erizantes de la historia de la literatura —permítaseme la intrusión completamente subjetiva de mi percepción—, entendemos que el sueño no era solo una herramienta para la creación del idílico hijo del protagonista, sino también de este último: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”[12].

Arribando a una conclusión, podríamos sostener que el recorrido por los tres cuentos borgeanos incluidos en este ensayo es, tal vez, demasiado breve, y con poco paisaje a los laterales del camino. Aun así, como con otros elementos, atender perspicazmente a la noción del sueño como herramienta narrativa en las mencionadas obras incluidas en Ficciones y El Aleph, ha conformado una tarea cautivante al abrigo de múltiples relecturas que invitan a profundizar tanto en las técnicas de la forma como en las mismas tramas de los cuentos.

El pliegue del que habla Beatriz Sarlo en Borges, un escritor en las orillas, que recorre y puede hallárselo en múltiples obras borgeanas, se ve representado, en estos casos, en la noción de sueño o, para mencionar ambos lados de la moneda, en la idea sueño-vigilia. Esa frontera, esa división, esa franja entre ambas, que luce segura, gruesa y extensa, pierde la definición de sus límites y se torna borrosa, por momentos. Estas instancias de pasaje, posiblemente, sean las más atractivas de “Las ruinas circulares”, “Abenjacán el bojarí, muerto en su laberinto” y “La espera”, porque nos acechan y nos obligan a alejar la vista del texto para tratar de definir esa frontera en nosotros mismos, y en nuestra cercana y a veces desconocida relación con la ficción.

Publicado el 6/8/2022


[1] Juan José Saer, La pesquisa (Buenos Aires, Seix Barral, 2019, pp. 29-30).

[2] Beatriz Sarlo, Borges, un escritor en las orillas (Buenos Aires, Seix Barral, 2007, pp. 84-5).

[3] Gilles Deleuze, El pliegue; Leibniz y el barroco (Barcelona, Paidós, 1989, pp. 44-5).

[4] Jorge Luis Borges, “La espera” en El Aleph. (Buenos Aires, Sudamericana, 2022, p. 173).

[5] Jorge Luis Borges, “La espera” en El Aleph. (Buenos Aires, Sudamericana, 2022, p. 173).

[6] Jorge Luis Borges, “La espera” en El Aleph. (Buenos Aires, Sudamericana, 2022, p. 167).

[7] Jorge Luis Borges, “Abenjacán el bojarí, muerto en su laberinto” en El Aleph. (Buenos Aires, Sudamericana, 2022, p. 154).

[8] Jorge Luis Borges, “Abenjacán el bojarí, muerto en su laberinto” en El Aleph. (Buenos Aires, Sudamericana, 2022, p. 160).

[9] Jorge Luis Borges, “Las ruinas circulares” en Ficciones. (Buenos Aires, Sudamericana, 2022, p. 63).

[10] Jorge Luis Borges, “Las ruinas circulares” en Ficciones. (Buenos Aires, Sudamericana, 2022, pp. 59-60).

[11] Jorge Luis Borges, “Las ruinas circulares” en Ficciones. (Buenos Aires, Sudamericana, 2022, p. 61).

[12] Jorge Luis Borges, “Las ruinas circulares” en Ficciones. (Buenos Aires, Sudamericana, 2022, p. 68).

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