Es la ley primera

Martín Fierro

A partir de la obra de José Hernández, el género gauchesco fue reconocido por el rescate cultural y político del gaucho ya que anteriormente el gaucho era utilizado como medio humorístico. En otras palabras, el rescate se observa mediante las distintas repeticiones: la figura del gaucho, la lengua con la entonación rural y el espacio no urbanizado. Vale decir que, con la producción hernandiana, el género tomó un nuevo rumbo: el registro de la singularización o de la subjetividad a través de la ficción de una historia personal.

Siguiendo la lógica de Domingo Faustino Sarmiento, podríamos pensar en el Martín Fierro como un gaucho baqueano “Es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de su campaña”; malo “La justicia lo persigue desde muchos años; su nombre es temido, pronunciado en voz baja, pero sin odio y casi con respeto”- y cantor – “anda de pago en pago, de tapera en galpón, cantando sus héroes de la pampa, perseguidos por la justicia”.[1] Este gaucho trifuncional es visualizado a lo largo del relato. La poesía comienza con los versos “Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela”[2] porque Martín Fierro nos cantará sus desgracias y consuelos con la compañía de la guitarra y de la mirada social. También sabemos que este gaucho fue ultrajado por el Estado. Por esta razón, fue enviado a defender la frontera y atacar a los indígenas. Debido a los escasos recursos económicos y materiales, él decidió huir de su destino. Es decir, decidió convertirse en un gaucho malo que está prófugo de la ley. A partir de sus vivencias terrenales se transformó en una brújula andante. El gaucho baqueano también se puede encontrar en “Mis montañas”, de Joaquín V. González. Este intelectual denomina al baqueano con un conjunto de maravillas: “Era el geógrafo que tiene el mapa local en la retina”.[3]

Beatriz Sarlo expresa, refiriéndose a la revista Contorno, que “En realidad, toda la literatura argentina leída desde la historia. Lo importante para Contorno son los cruces, los encuentros, las tramas, donde la política revela a la literatura y la literatura puede ser metáfora de la política”.[4] Estos cruces se representan por la unión literaria de las tradiciones. Por un lado, poseemos la antinomia de la cultura letrada y de la cultura iletrada. Por el otro lado, está el vínculo gauchesco con los indígenas.

La unión literaria de la cultura letrada e iletrada simboliza la representación gráfica de la civilización y barbarie. Argentina -en el siglo XIX- estaba dividida entre los unitarios –los intelectuales que integraban la civilización- y los federales. Esta diferenciación se reproduce en la obra hernandiana. José Hernández narró las costumbres de los gauchos antihéroes a través de la entonación rural. Por esta razón nos preguntamos: ¿Cómo consiguió rescatar detalladamente la cultura de la voz gauchesca? El autor vivió su adolescencia en la estancia materna. Esto sucedió debido a su enfermedad pulmonar. Fue allí que comenzó a visualizar, con una gran curiosidad, el otro estilo de vida –desde sus costumbres hasta las habilidades de los payadores-.

La cultura popular pertenecía al estrato social más bajo. Es decir, la sociedad se organizaba jerárquicamente: había una élite, una clase social media y una clase social baja. De esta última formaban parte los gauchos y los indios, quienes rehuían de las autoridades estatales. El estrato social más bajo poseía escasos recursos económicos porque su universo era primitivo y elemental. Tampoco podían acceder a la educación. Por esta razón, su alfabetización era material. Además, esta alfabetización se relacionaba con el ciclo de la naturaleza. Tal como: “Ansí (sic) prepará, moreno, / cuanto tu saber encierre; / y sin que tu lengua yerre, / me has de decir lo que empriende (sic) / el que del tiempo depende, / en los meses que train (sic) erre”. [5]Las prácticas ganaderas, como lanar, se llevaban a cabo en los meses de enero y febrero o las ventas de los vacunos se realizaban en noviembre o diciembre. El descanso de las actividades era en los meses que no tienen la letra R.

La cultura letrada se mezcla con las costumbres gauchescas a través de las payadas. La payada era un negocio de los espectáculos para la demostración de los saberes filosóficos y las destrezas rurales. Los saberes se explicitan en el célebre contrapunto entre Martín Fierro y el moreno. El siguiente fragmento evidencia el vínculo directo entre los letrados y los iletrados:

“MARTÍN FIERRO

Toda tu sabiduría

has de mostrar esta vez;

ganarás sólo que estés

en vaca con algún santo:

la noche tiene su canto

y me has de decir cuál es.

EL MORENO

No galope, que hay augeros (sic),

le dijo a un guapo un prudente;

le contesto humildemente:

la noche por cantos tiene

esos ruidos que uno siente

sin saber de dónde vienen.

Son los secretos misterios

que las tinieblas esconden;

son los ecos que responden

a la voz del que da un grito,

como un lamento infinito

que viene no sé de dónde.

A las sombras sólo el sol

las penetra y las impone;

en distintas direciones (sic)

se oyen rumores inciertos:

son almas de los que han muerto,

que nos piden oraciones”. [6]

El fragmento anterior delata el verdadero significado de la noche. Ésta no sólo es la oposición del día, sino que también evidencia los sonidos oscuros: los ecos, el lamento infinito, los rumores inciertos y las almas difusas. Es por estos elementos que existe el tópico letrado –los saberes filosóficos- dentro del género gauchesco.

El binomio cultural también está representado en la oposición de la escritura y la oralidad. Sabemos que sólo la cultura letrada tenía la posibilidad de acceder a los estudios académicos. Gracias a ellos podían aprender a escribir. En cambio, la cultura gauchesca –como ya comenté- poseía una alfabetización material. Por ello, necesitaban obligatoriamente expresar sus conocimientos a través de la oralidad. Este carácter se exhibe con la utilización del verbo “cantar”: “Yo no soy cantor letrao (sic) / mas si me pongo a cantar / no tengo cuándo acabar / y me envejezco cantando: / las coplas me van brotando / como agua de manantial”.[7] Martín Fierro argumenta que no es un cantor letrado. Es decir, su único medio de transmisión cultural es el habla. A partir del habla, podrá comunicar sus quejas y consuelos. Además, la metáfora “las coplas me van brotando es una gran herramienta para pensar por qué el arte musical –las payadas- está fuertemente vinculado con la transmisión de los saberes. Si continuamos con la lectura, más adelante cantará que “Soy gaucho, y entiéndanló / como mi lengua lo esplica (sic)”.[8] Será importante replantearse si el término lengua hace referencia al aparato fonador o al lenguaje “rústico”. Esta duda se presenta porque el narrador también determina “que la lengua se me añuda”.[9] ¿Será que la “lengua” es quién realiza las críticas hacia la sociedad? ¿Será que la lengua está tan expuesta socialmente que no se atreve a nombrar ciertos temas polémicos y por esta razón se “añuda”?

Prosiguiendo con las uniones de las tradiciones, “El gaucho Martín Fierro” revela la convivencia con los indígenas. Ellos vivían en el “desierto”. En otros términos, vivían en su propio mundo alejado de la civilización. Beatriz Sarlo lo define de la siguiente manera:

La palabra desierto, más allá de una denominación geográfica o sociopolítica, tiene una particular consecuencia: implica un despojamiento de cultura respecto del espacio y los hombres a los que se refiere. Donde hay desierto, no hay cultura; el Otro que lo habita es visto precisamente como Otro absoluto, hundido en una diferencia intransitable. [10]

La otredad indígena representaba a un ser salvaje que asolaba a la sociedad. Se caracterizaban a estos seres salvajes como animales – “Parece un baile de fieras, / sigún (sic) yo me lo imagino: / era inmenso el remolino, / las voces aterradoras, / hasta que al fin de dos horas / se aplacó aquel torbellino”[11] o “Tiene la vista del águila, / del león la temeridá (sic); / en el desierto no habrá / animal que él no lo entienda, / ni fiera de que no apriende (sic) / un istinto de crueldá (sic)”[12]–  o demonios – Su canto es una palabra / y de áhi (sic) no salen jamás; / llevan todas el compás, / ioká-ioká repitiendo; / me parece estarles viendo / más fieras que Satanás”.[13]Se debe agregar que la política del exterminio –la campaña del desierto promulgada por Julio Argentino Roca entre 1876 y 1879- también está presente en la caracterización: “Las tribus están desechas: / los caciques más altivos / están muertos o cautivos, / privaos (sic) de toda esperanza, / y de la chusma y de lanza / ya muy pocos quedan vivos”.[14]

Los gauchos y los indios no solo tenían características diferentes, sino que también realizaban distintas rutinas. Para el gaucho Martín Fierro las tareas tenían una función didáctica porque “El trabajar es la ley, / porque es preciso alquirir (sic); / no se espongan a sufrir / una triste situación: / sangra mucho el corazón / del que tiene que pedir // Debe trabajar el hombre / para ganarse su pan; / pues la miseria, en su afán / de perseguir de mil modos, / llama en la puerta de todos / y entra en la del haragán”.[15] Está de más comentar que los trabajos rurales eran realizados por el género masculino. En cambio, los indígenas eran descriptos así: “Allá no hay que trabajar, / vive uno como un señor; / de cuando en cuando un malón, / y si de él sale con vida / lo pasa echao panza arriba / mirando dar güelta (sic) el sol”.[16] Estos seres salvajes cumplían con su deber –batallar por la defensa de su población. Entonces, cuando se libraban de su deber, festejaban las múltiples victorias mediante las fiestas populares. Los trabajos rurales, por ejemplo, la ganadería, eran llevados a cabo por las mujeres. Estas debían cumplir con el cuidado de los animales, el trabajo doméstico y la crianza de los hijos. En otros términos, la tribu indígena persistía a través de los trabajos rurales y domésticos –realizados por el género femenino- y la defensa territorial en manos del género masculino.

La crítica Beatriz Sarlo define que “Nadie es menos neutral cuando se trata de relatar lo vivido”.[17] José Hernández tomó partida política a través de la escritura literaria: rescatar la cultura de la voz gaucha. Desarrolló una denuncia social acerca de las injusticias y consuelos de este grupo social. Martín Fierro nos relató que “Primero fue la frontera / por persecución de un juez, / los indios fueron después, / y, para nuevos estrenos, / áhora (sic) son estos morenos / pa alivio de mi vejez”.[18]La frontera recibía a las víctimas de las injusticias. El Estado los envía para que luchen por la organización territorial y los intereses capitales. No obstante, aunque los gauchos defiendan la frontera, éstos no lograron ser integrados a la civilización. Las víctimas de las injusticias percibían el malestar mediante las descripciones de los hechos en la frontera: “Poncho, jergas, el apero, / las prenditas, los botones, / todo, amigo, en los cantones / jue (sic) quedando poco a poco; / ya nos tenían medio loco / la pobreza y los ratones”.[19] Sus hijos fueron cómplices y dueños de sus desgracias: “Recordarán que quedamos / sin tener dónde abrigarnos; / ni ramada ande ganarnos, /ni rincón ande meternos, / ni camisa que ponernos, / ni poncho con qué taparnos”[20] o “Y vive como los bichos / buscando alguna rendija; / el güérfano (sic) es sabandija / que no encuentra compasión, / y el que anda sin direción (sic) / es guitarra sin clavija”.[21]

La denuncia social demuestra la confrontación con el gobierno de Sarmiento. Esto lo visibiliza con la alusión metafórica del ministro de guerra Martín de Gainza. José Hernández, en un primer instante, realizó un juego de palabras con el apellido del ministro de guerra. Él había narrado “que esa Ganza venga o vaya, / poco le importa a un matrero”. Se podría decir que el autor desprestigió la labor del ministro con la comparación animal. Esta comparación sería una alusión indirecta. Es decir, que no todos los lectores podrían comprenderla. Entonces decidió aludir al ministro de una manera más directa: que el menistro (sic) venga o vaya, /  poco le importa”.[22] En conclusión, el autor argentino reflejó los males en la sociedad del siglo XIX. Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero comentaron que “Hernández escribió para denunciar injusticias locales y temporales, pero en su obra entraron el mal, el destino y la desventura, que son eternos”.[23] Entonces podemos preguntarnos: ¿las injusticias locales realmente son temporales o el carácter temporal nunca finaliza porque el tiempo no es una construcción existente/visible?

Publicado el 6/10/2022


[1] Sarmiento, Domingo Faustino, 2. Originalidad y caracteres argentinos en “Facundo” (Penguin Random House Grupo Editorial S.A, Buenos Aires, 2018, pp. 77-85)

[2] Hernández, José, El gaucho Martín Fierro (Editorial Losada S.A, Buenos Aires, 2021).

[3] González, Joaquín Víctor, “VI. El huaco”, en Mis montañas (Editorial Kapelusz S.A, Buenos Aires, 1965, pp. 29).

[4] Sarlo, Beatriz, Los dos ojos de Contorno en “Escritos sobre literatura argentina” (Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2007, pp. 54).

[5] Hernández, José. Op. cit. pp. 239.

[6] Hernández, José. Op. cit. pp. 231-232

[7] Hernández, José. Op. cit. pp. 26.

[8] Hernández, José. Op. cit. pp. 27.

[9] Hernández, José. Op. cit. pp. 25.

[10] Sarlo, Beatriz, En el origen de la cultura argentina: Europa y el desierto en “Escritos sobre literatura argentina” (Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2007, pp. 25).

[11] Hernández, José. Op. cit. pp. 110.

[12] Hernández, José. Op. cit. pp. 118.

[13] Hernández, José. Op. cit. pp. 124.

[14] Hernández, José. Op. cit. pp. 122.

[15] Hernández, José. Op. cit. pp. 248.

[16] Hernández, José. Op. cit. pp. 95.

[17] Sarlo, Beatriz. “Nuestro Oriente es Europa” en Escritos sobre literatura argentina (Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2007, pp: 20).

[18] Hernández, José. Op. cit. pp. 243

[19] Hernández, José. Op. cit. pp. 45.

[20] Hernández, José. Op. cit. pp. 154.

[21] Hernández, José. Op. cit. pp. 155.

[22] Hernández, José. Op. cit. pp. 55.

[23] Borges, Jorge Luis y Guerrero Margarita. “José Hernández” en el libro El Martín Fierro (Alianza Editorial S.A., Madrid, 2008, pp. 40).

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