Iván Ilich, el eutanasiado: ¿objeto o sujeto?

William Faulkner

Es un cuarto extraño, para dormir, tienes que vaciarte. Y antes de vaciarte para dormir, ¿qué eres? Y cuando te vacías para dormir, no eres.[1]

WILLIAM FAULKNER

La muerte es una de las preocupaciones primigenias del ser humano y, por lo tanto, atraviesa transversalmente todas las expresiones artísticas del hombre. Su abordaje y su problematización desde el ámbito literario no es escaso, sino más bien todo lo contrario: resulta un eje recurrente para una variedad de autores tan disímiles como los textos que éstos engendran. La multiplicidad de ejemplos en el catálogo universal de la literatura sirve y basta para considerar la problemática de la muerte como una de las temáticas inagotables del discurso literario. Muchas veces, se habla de “pasar a mejor vida” o del “paso a la inmortalidad” —si la figura en cuestión, en vida, hizo méritos para ser digno de esta expresión—. La disponibilidad de un arsenal de eufemismos para eludir la palabra muerte no hace más que explicitar su condición de tabú y el temor que genera en los hombres. “El mismo hecho de la muerte de un conocido cercano provocaba en todos, como siempre, el sentimiento de alegría de que el muerto fuese él y no uno mismo”,[2] dice Tolstói en una de las primeras páginas de La muerte de Iván Ilich.

En la mencionada obra del autor se narra brevemente la vida de Iván Ilich, perteneciente a la clase media, hijo segundo de tres de un matrimonio estándar en la Rusia zarista de mediados del siglo XIX. Ilich se instruye en la Escuela de Jurisprudencia y se limita a asumir cargos públicos administrativos, de oficina. Posteriormente, contrae un matrimonio que, en principio, es feliz y luego un suplicio; de esa unión nacen dos hijos, una mujer y un varón —hay otros hijos que fallecen muy jóvenes y que son mencionados brevemente—. Un día, Iván Ilich se golpea al caer de unas escaleras mientras intentaba acomodar unas cortinas, lo que resulta en un choque contra uno de sus costados que, poco a poco, va evolucionando; lo que en un comienzo es una leve molestia terminará convirtiéndose en un dolor y una pesadez anímica. En este declive hace énfasis la novela.

Pero, ¿qué es lo que realmente mata al personaje de Tolstói?, ¿es simplemente un padecimiento sin solución o hay, por detrás, algo más? Para esto debemos retrotraernos a los momentos de crisis y de esplendor en la vida de Iván Ilich —estos segundos, para desgracia del personaje, resultan ser los menos—. En primer lugar, el protagonista de la novela siempre aspira a ser el sostén económico de su familia y a poder abastecerlos de lo necesario para una vida digna. Esto lo emparenta y, a la vez, lo diferencia del protagonista de La metamorfosis de Kafka. Mientras que ambos se ven casi obligados al trabajo por sus circunstancias, en Kafka existe un malestar moral que aqueja a Gregorio Samsa, que lo hace entrar en conflicto con esta necesidad económica, de la cual escapa; por su parte, en Iván Ilich existe una clara motivación personal para el trabajo. Tan solo es menester revisar los dos siguientes extractos. En La metamorfosis se lee: “cada vez que la conversación venía a parar en esta necesidad de ganar dinero, Gregorio abandonaba la puerta y, encendido de pena y de vergüenza, se arrojaba sobre el fresco sofá de cuero”.[3] Por su parte, Tolstói escribe:

A medida que se volvía más irascible y exigente, Iván Ilich desplazaba más y más el centro de gravedad de su vida a su trabajo. Empezó a tomarle más afecto al trabajo y se volvió más ambicioso de lo que era antes[4]

Mientras que en Kafka el trabajo es un tema evadido, en Tolstói el mismo resulta una forma de evasión; en este caso, una forma de eludir el trato con su familia. Iván Ilich, desde que se casa entra en una decadencia personal que se contrapone con su alza laboral; por una parte, tiene una pareja a la cual no soporta y sus hijos lo ignoran completamente; por otra, continúa escalando a puestos laborales cada vez mejores, lo que genera que se muden a lugares con mayor calidad de vida. Esta mejoría en la calidad de vida exige, a su vez, mayores ingresos económicos para ser sostenida. El trabajo es la constante que otorga sentido a la vida de Ilich, por lo tanto, cuando aspira a un puesto mayor y éste le es negado, siente una frustración muy grande, que lo lleva a quejarse con sus superiores y a ser tratado de manera subalterna en relación a sus pares, quienes siguen escalando a puestos cada vez mayores, mientras él permanece rezagado. Todo esto cambia cuando un conocido suyo llega a un puesto alto y, por medio del nepotismo, a Iván Ilich le es designado un cargo que le permite vivir cómodamente. En un pasaje de la novela se explicita cómo este nuevo sueldo lleva a que el protagonista “se sienta completamente feliz” y su esposa, por primera vez en mucho tiempo, se alegre. [5]

Es justo en este momento de auge en el que Ilich sufre el accidente que luego terminará por matarlo. Podría interpretarse el mismo como una alegoría. Iván Ilich en la altura, en la cima, de la cual irremediablemente cae. Este padecimiento, que en un principio no lo afecta gravemente, posteriormente lo obligará al reposo y, por tanto, a la introspección. Otro elemento que entrará en juego será el contacto ineludible con la familia, la cual Iván Ilich desdeña.

En las primeras etapas de la enfermedad, cuando Ilich aún no está postrado, acude al médico y esto no resulta beneficioso para él. Aunque toma las medicinas recetadas, nada parece cambiar. Además de esto, las relaciones intrafamiliares se agrietan más y más y, en el trabajo, lo observan como alguien extraño, no ya como a un otro vivo, sino como a un futuro fallecido. En este estado de padecimiento inicial, ya el protagonista advierte una culpa que surge de una introspección —actividad hasta ese entonces no practicada por Iván Ilich—, la cual irá agravándose y siendo cada vez más frecuente en las posteriores páginas de la novela. Tolstói escribe:

Iván Ilich llegó a la conclusión de que estaba mal, a pesar de que para el doctor y, posiblemente, para todos, no tenía importancia, para él estaba mal. Y esta conclusión afectó enfermizamente a Iván Ilich, despertando en él un sentimiento de gran lástima por sí mismo.[6]

Es en la soledad, estado que el personaje de Tolstói no puede eludir, que se originan las dudas, los cuestionamientos y la reflexión, que tan ausentes habían estado en la vida de Iván Ilich anteriormente. Esta misma soledad es la que lo limita a no poder comunicar su condición de solitario. Aunque Iván Ilich desearía ser atendido con cariño por su familia, la rechaza cada vez que puede y se aleja de ella, reservándose el dolor esencial, el del alma. Es a partir de la reflexión que Ilich puede diagnosticar su malestar moral; él se había limitado a ser únicamente un objeto laboral, mas no un sujeto. Esta reducción de la subjetividad de Ilich a objeto instrumental a través del cual se obtenía remuneración es lo que entra en juego a través de las cavilaciones del protagonista. Él mismo advierte su infelicidad disfrazada de jolgorio superficial. [7] Exceptuando su infancia, Ilich se había constituido en parte de la masa durante toda su vida, pero nunca había sido realmente humano por ello. No puede ser otra cosa más que un componente de la maquinaria social que, ante la dificultad que le generaba la enfermedad que ahora lo veda de trabajar, evidencia la naturaleza prescindible de su labor, la cual puede ser ejercida por otro individuo igualmente capacitado. El protagonista de Tolstói queda así reducido no más que a un número, entidad cuantificable mas no cualitativa. Sábato, en Hombres y engranajes, plantea esta problemática magistralmente[8]. Iván Ilich es masa, no es hombre; pertenece a una totalidad de la que es indivisible, ha sido escindido de su individualidad. Solo a través de la autorreflexión puede Iván Ilich advertir su condición de objeto, escindido de todo elemento subjetivo; es allí donde radica su verdadero declive, su enfermedad sirve como telón de fondo, expresión físico-biológica de un padecimiento meramente moral y personal, que poco y nada tiene que ver con otra cosa que no sea el alma.

Ya lo dijo Nietzsche en su magnífico Zaratustra: “a quien sufre de sí mismo solo lo redime la muerte fulminante”.[9] Desde que su enfermedad empieza a agravarse, Iván Ilich se encuentra en una situación dual; por un lado, no tiene las fuerzas ni la voluntad suficiente para recomponerse y superar su padecimiento; por el otro, tampoco cuenta con la valentía para afrontar la muerte irremediable que lo acecha. Es por esto que el protagonista de Tolstói permanece vivo, aunque cada vez más afectado. Solamente muere cuando él desea hacerlo; un Ilich conflictuado puede percibirse en el siguiente extracto: “se estaba muriendo, pero no sólo no se acostumbraba a ello, sino que sencillamente no lo comprendía, de ningún modo podía comprenderlo”.[10]

No es hasta que Iván Ilich decide plenamente morir que lo hace. Cuando finalmente deja de oponer resistencia y recibe la muerte que siente como una gran liberación. Es a través de la muerte elegida que el protagonista de la novela finalmente se libera de su atadura de objeto, es a través de la defunción y de esa determinación de dejar atrás su cuerpo objetivado que logra finalmente su consolidación como sujeto, aunque para ello deba abandonar su cuerpo terrenal y, como consecuencia, morir. En estas últimas páginas, el texto de Tolstói nos muestra la muerte como forma de luminosidad para la vida de Ilich, quien tanto tiempo había estado torturado por la oscura disciplina corporal que exigía el trabajo, tanto que su cuerpo, al objetivarse, había terminado por ser la expresión disciplinaria por antonomasia. Había sido merecedor de ascensos laborales y de laureles de una sociedad que apremia la objetivación de los cuerpos, pero no había sido sujeto sino en dos momentos de su vida: la infancia y la muerte.

Ernesto Sábato dice: “los seres reales son libres. Si los personajes de una novela no son también libres, son falsos; y la novela se convierte en un simulacro sin valor”.[11] En La muerte de Iván Ilich se nos presenta este problema. A través de la ficción, Tolstói nos muestra el paso del personaje de objeto a sujeto, es allí donde radica la magia y el valor del texto.

Iván Ilich nunca muere realmente por su enfermedad, su dolor es más moral que físico. Cuando se da cuenta de su condición y decide ser sujeto, aunque eso conlleve la muerte, ya que debe abandonar su cuerpo objetivado, se convierte en un eutanasiado, condición liberadora; pues es a través de la eutanasia autoimpuesta y la decisión de la muerte, que logra lo que tanto anhelaba, que no es otra cosa que la liberación del alma, la sanación de su enfermedad verdadera, la del tipo moral. El neologismo eutanasiado me permite rendir cuenta del peso de la decisión de Iván Ilich y como él se involucra en su propia muerte, que termina por ser un suicido asistido, más que el efecto de una enfermedad ya que el dolor corporal no es más que una expresión subalterna de una aflicción mucho más profunda, la del espíritu.

La novela de Tolstói, por lo tanto, es un testimonio ineludible en la literatura universal y aborda la problemática de la muerte de una manera envidiable. La defunción, tantas veces mal vista, termina siendo lo mejor para Iván Ilich que, hasta entonces, no había tenido sino experiencias superficiales. Iván Ilich que, de ahora en más y para siempre, es sujeto y no objeto. En su felicidad final y en su liberación, vemos un ápice de luz en la trágica historia que nos presenta el texto.

Fulvio Franchi, en una introducción a la novela, hace un análisis onomástico del protagonista. Advierte que Iván Ilich sería una suerte de Juan Carlos en lengua española, es decir, un nombre común cuya finalidad es ser utilizado para designar impersonalmente al hombre. Franchi expresa el malestar que puede generar el texto de la siguiente manera: “como si Iván Ilich fuera un hombre cualquiera, que es una forma de ser todos los hombres. Su muerte es la muerte de un Juan cualquiera, es decir, de cualquiera de nosotros”.[12] Esto es el primer indicio de un texto que invita a la reflexión, la misma reflexión que Iván Ilich hace en el transcurso del libro; la obra de Tolstói nos obliga a invitarnos a nosotros mismos a hacernos una pregunta, tantas veces necesaria pero tan pocas veces formulada y que nos problematiza: ¿objetos o sujetos?

Publicado el 6/9/2022


[1] William Faulkner. Mientras agonizo. (Alianza Editorial. 2013 [ed. orig. 1930] p.72).

[2] Lev Nikoláievich Tolstói. La muerte de Iván Ilich. (Editorial Losada. 2013 [ed. orig. 1886] p. 27)

[3] Franz Kafka. “La metamorfosis”, compilado en La metamorfosis y otros cuentos. (Editorial Losada, 2015 [ed. orig. del texto “La metamorfosis”, 1915] p. 48-49)

[4] Lev Nikoláievich Tolstói. Op. cit. p. 48

[5] Lev Nikoláievich Tolstói. Op. cit. p. 54

[6] La palabra en itálicas en la edición citada aparece como “enfermizantemente” lo que resulta, a mi criterio, cacofónico para el lector. (Véase Lev Nikoláievich Tolstói. Op. cit. p. 66)

[7] “Empezó a repasar en su imaginación los mejores minutos de su vida agradable. Pero, cosa extraña, no parecían ahora en absoluto los mismos que le parecían entonces”. (Véase: Lev Nikoláievich Tolstói. Op. cit. p. 105)

[8] En la obra de Sábato se trabaja constantemente la diferencia entre hombres engranajes y hombres íntegros, ambas categorías que el autor utiliza para diferenciar; por un lado, a quienes forman parte de una masa que, sin saberlo, integran una maquinaria acrítica; por otro lado, el hombre íntegro es aquel con una postura crítica frente a la sociedad capitalista y la objetivación del sujeto que dicha sociedad impulsa. En la serie de ensayos que integran el volumen hay una cita que es muy significante y se expresa de la siguiente manera: “Una cosa es la humanidad y otra la masa, es decir, ese conjunto de seres que han dejado de ser criaturas humanas, para convertirse o para ser convertidos en objetos numerados”. (Véase: Ernesto Sábato. Hombres y engranajes. Seix Barral. 2006 [ed. orig. 1951] p. 111)

[9] Friedrich Nietzsche. Así hablaba Zaratustra. (Edicomunicación, s.a. 1999 [ed. orig. 1884-1890] p. 49)

[10] Lev Nikoláievich Tolstói. Op. cit. p. 81

[11] Ernesto Sábato. Heterodoxia. (Seix Barral. 2006 [ed. orig. 1953] p. 134)

[12] Lev Nikoláievich Tolstói. Op. cit. p. 15

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