Textos, máscaras y pertenencia a una clase

Lucio V. Mansilla

Si me hubieran dicho que los indios me iban a enseñar a conocer la humanidad, una carcajada homérica habría sido mi contestación.

LUCIO V. MANSILLA[1]

Prolegómenos de la generación del 80

Solamente podemos hablar de unión de la nación argentina o, por lo menos, de una nación ya no enfrentada entre sí, sino unida bajo un cierto sentido de pertenencia, a partir de las presidencias históricas de Bartolomé Mitre (1862-1868), Domingo F. Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880). Gracias a la incorporación de Buenos Aires a la República Argentina y a la finalización del proyecto constituyente, se empieza a unificar el país.

Debido a la consolidación de esta República, atrás va quedando la preocupación política y la militancia expresa a través de la producción literaria. Noé Jitrik nos dice: “La literatura de toda época es bastante reveladora de un estado conflictivo y de un tironeo en todos los sentidos”[2]. Cabe preguntarse, entonces, calmadas las aguas: ¿sobre qué escribirán los escritores de este período?

La oligarquía y la escritura como pasatiempo. Mansilla como extrañeza

Ya desde la adhesión de Buenos Aires a la República empiezan a nacer las primeras obras que exceden las disputas partidarias y a la vez persiguen, entre otros objetivos, el de entretener al lector.[3] Estas nuevas obras que empiezan a gestarse en este contexto de relativa calma, gracias a la pluma de los escritores gentleman[4] ya no plantean, por lo menos directamente, una crítica al establishment bonaerense, anteriormente representado por el autoritarismo de Rosas; la clase oligarca, que es la misma que escribe, no encuentra un enemigo claro al cual atacar. La producción literaria, entonces, apuntará a la fraternidad entre pares, integrantes de un sector dominante, a un entre-nos, el cual será el target de los textos literarios. Toda obra de la generación del 80 posee como fin principal el ser disfrutado y leído por otros integrantes de la misma clase que produce los textos.

Entre estos nuevos tipos de escritores, el más permeable a otras formas de pensar la relación con las letras fue Lucio V. Mansilla, quien, a pesar de su ineludible pertenencia a esta clase social hermética, deja un espacio reducido que espera ser poblado por un lector ajeno: nosotros.

En la primera carta de su reconocida Una excursión a los indios ranqueles (1870), Mansilla, luego de digresiones, escribe lo siguiente:

Mañana continuaré.

Hoy he perdido tiempo en ciertos detalles creyendo que para tí no carecería de interés.

Si al público a quien le estoy mostrando mi carta le sucediese lo mismo, me podría acostar a dormir tranquilo y contento como un colegial que ha estudiado bien su lección y la sabe.[5]

En este extracto, Mansilla nunca pierde de vista quién es el verdadero destinatario de sus cartas, su amigo Santiago Arcos. Nunca va a obviar el entre-nos, ni tampoco a borronearlo. Lo que sí hará, y esto es importante mencionarlo, es sumar a un extraño, a un agente ajeno al círculo íntimo de esta clase elitista que se escribe entre sí. Lucio V. Mansilla es el primero en tener una clarísima idea del público masivo al cual le otorga un lugar, subalterno sin duda alguna, pero lugar al fin. Ahora, aunque se lo integre al lector del tercer estado, ¿se lo integra como igual? Anticipadamente podemos afirmar que no. En este sentido, Sylvia Molloy destaca la presencia de dos modos de ser-con el lector en Mansilla:

De algún modo parece intuir Mansilla, en este módico episodio, dos maneras de ser. Ser (escribir) para un único lector y así protegerse: contener, capitalizar su imagen. O bien ser y escribir ante los otros —que no son él: único lector— desperdigándose, distorsionándose. Mansilla escogió la segunda posibilidad —la imagen grotesca vista por un lector al que no siempre controlaba— pero no olvidó la primera: ser para sí o para los íntimos, no perderse.[6]

Sobreentendidos y mediaspalabras. Mansilla como arquetipo

Una particularidad de los escritores de la generación del 80 es el uso constante de la tensión inclusión-exclusión. Mientras que, por un lado, algunos textos eran publicados y podían ser adquiridos por los lectores llanos, al estar las producciones tan colmadas de internas propias de los integrantes del entre-nos, lo más probable es que el lector extraño al mundo de élite no pudiera inferir la mayoría de los tópicos tratados. En cuanto a sobreentendidos y mediaspalabras, Mansilla es el arquetipo de esta clase de operaciones, como bien lo señala David Viñas al tratar estos implícitos: “En Mansilla, uno de los arquetipos de la gentle tradition, esa pauta es eje y punto de partida de su obra”.[7]

En la carta XXX, Mansilla escribe:

Sí, Orión amigo, yo te deseo, y tú me entiendes, “la fuerza de la serpiente y la prudencia del león”, como diría un bourgeois gentilhomme, cambiando los frenos, al entrar en tu octavo lustro, frisando en la vejez, en este período de la vida en que ya no podemos tener juicio porque es tiempo de locos. ¿Me entiendes?

Y con esto, lector, entro en materia. [8]

Claramente hay un espacio de exclusividad que se explicita en este fragmento de la carta. Mansilla otorga un momento de sobreentendidos, que se funda en el “y tú me entiendes”. Es a partir de este momento que el lector llano es escindido de la obra. Se lo excluye adrede porque no es importante que infiera el contenido de este mensaje; mensaje solo pertinente para el amigo y no para el lector. Estas dos categorías —interlocutor y lector— son explícitamente aludidas a través de dos mecanismos distintos: al amigo cercano, perteneciente al orden del entre-nos, se lo reconoce como interlocutor, y es con quien se establece la “charla”; por su parte, el lector queda relegado a la situación de espectador: ocupa un rol pasivo, no puede interceder en lo que se habla.

Otro artificio a través del cual se margina al receptor no elitista de los textos es a través de muros lingüísticos. Mansilla, como la mayoría de sus congéneres, era políglota y no desaprovechaba ese saber para marcar distancia con el público subalterno, quien está completamente exento de los momentos en los que se utilizan locuciones en lenguas ajenas, verbigracia:

Lo que sigue es griego, griego helénico, no griego porque no se entienda.

Ek te biblio kubernetes.

Yo también he estudiado griego.

Monsieur Rouzy, puede dar fe, y tú, Santiago amigo, fuiste quien me lo metió en la cabeza.[9]

Un recurso más que se suma a los anteriores es el de plantear preguntas que no esperan respuesta alguna, ante las cuales el lector es puesto en una falsa disyuntiva, que sirve menos para proponer un verdadero debate que para decantar la balanza del lado de Mansilla y los suyos. En la cuarta carta de la Excursión, al hablar de los saberes propios del público, en contraposición con su ignorancia sobre los grandes temas universales, el autor expresa lo siguiente:

[Hablándole a Santiago Arcos] Hasta cierto punto yo le hallo razón. ¿No paga su dinero para que cotidianamente le den noticias de las cinco partes del mundo, le enteren de la política internacional de las naciones, le tengan al cabo de los descubrimientos científicos, de los progresos del vapor, de la electricidad y de la pesca de la ballena?”[10]

Este procedimiento que utiliza Mansilla no instaura realmente un espacio sobre el que el lector tiene la libertad de la decisión; incluso parecería que ni siquiera el congénere al que alude tiene dicha libertad. Más bien, a través de estas falsas incógnitas, lo que el autor busca es una aprobación pasiva, como si el lector del texto, al sentirse aludido, fuese a contestar: “sí, claro, por supuesto”.

David Viñas caracteriza este artificio de la prosa de Mansilla de la siguiente manera:

“(…) son pautas que no abren el diálogo porque en realidad no esperan respuesta, sino que le dan tiempo para corroborar si la alusión que tiende el recuerdo o el detalle a que alude o el guiño apenas insinuado causan su efecto.”[11]

Aunque estas operaciones, mayoritariamente, Viñas las estudia en relación a las causeries, los ejemplos que citamos son extraídos de sus cartas a Santiago Arcos porque entendemos que los grandes rasgos de la prosa de Mansilla no se circunscriben únicamente a la causerie. En Una excursión a los indios ranqueles el principio es el mismo: una charla, en este caso con Santiago Arcos, a través de la cual Mansilla relata algún suceso, siempre desde una intimidad excluyente del lector, que queda relegado a un plano subalterno.

Civilización y barbarie. Crisis y oxímoron, la figura del indio y del gaucho

Aunque ya atrás estaban los enfrentamientos armados entre federales y unitarios, aún permanecía una disputa ideológica que atravesaba transversalmente la literatura y las discusiones —incluso podría argüirse que hasta el día de hoy—: la antinomia civilización-barbarie.

Las ideas de Sarmiento son las predominantes en la oligarquía nacional en el momento en que Mansilla escribe su Excursión. La visión generalizada del oligarca ante el resto de la población era desdeñosa y se iba acrecentando a medida que se descendía en los estratos que su concepción del mundo asignaba a la otredad; así, en un primer estrato inferior se concibe al habitante llano, tolerable y necesario para el funcionamiento de la nación; en un segundo estrato, aun más inferior, al gaucho que, aunque en cierto grado salvaje, mantenía cierta relación con el hombre civilizado por su religión cristiana y por el idioma; en un tercer y último estrato de inferioridad, al indio nativo, representante de la barbarie por antonomasia, puesto que con él no se comparte ni lengua, ni religión y tampoco es productivo para el desarrollo de la República, más bien es un obstáculo que se busca exterminar.  

El eclecticismo de Mansilla se hará explícito en su prosa: en algunos fragmentos valorará ciertos atributos del indio que lo humanizan, mientras que en otros momentos parece deshumanizarlo, barbarizarlo, convertirlo en un otro despreciable. En un momento dirá:

 “El cacique Ramón me ha manifestado el más ardiente agradecimiento por los cuidados tributados a su hermano, y éste dice que después de Dios, su padre soy yo, porque a mí me debe la vida.

(…) Es que la humanidad, por más que digan, tiene muchas buenas cualidades, entre ellas, la reserva y la lealtad.[12]

Este fragmento es enternecedor: muestra una posibilidad de confraternización entre Mansilla y los ranqueles y, por sinécdoque, del hombre argentino y el indio nativo. Sin embargo, aunque esta clase de citas muestre una leve ruptura de la corriente sarmientina, dichas rupturas no dejan de ser fisuras, mas nunca una fractura total. En este sentido, dice Noé Jitrik: “(…) el escepticismo es el punto extremo a que se llega en la actitud crítica respecto de las contradicciones del sistema y de la clase pero no puede proseguir su curso pues el sentimiento de clase es más poderoso (…)”.[13]

Mansilla no puede obviar todo su trasfondo elitista, no puede congeniar siempre con el indio. Citamos:

Yo no quería que me sorprendiera la noche entre aquella chusma hedionda, cuyo cuerpo contaminado por el uso de la carne de yegua, exhalaba nauseabundos efluvios; regodaba a todo trapo, cada eructo parecía el de un cochino cebado con ajos y cebollas.

En donde hay indios, hay olor a azafétida.[14]

Una excursión a los indios ranqueles posee la facultad de ser una obra que pone en crisis la dicotomía civilización-barbarie. Sin embargo, su visión se encuentra limitada; su autor es, sin duda, un hombre de la clase dominante, por lo que no puede evitar en ocasiones ver al indio como inferior. Esto opera de la misma manera que en el Facundo, donde Sarmiento a veces parece deshacerse en admiración a Facundo Quiroga para después arremeter con violencia contra su persona. Mansilla en esos momentos sabe que se fue de boca, por lo que le parece menester aclarar a sus lectores —imaginamos que a sus amigos y, por supuesto, a Sarmiento— en qué bando se encuentra. No por esto es menor resaltar la condición que ya hemos mencionado: la de poder mostrar desde una postura mucho más neutral la tensión entre los civilizados y los bárbaros, aún con todas las limitaciones que ésta puede llegar a tener:

A medida que Miguelito hablaba, yo reflexionaba sobre lo que es nuestro país; veía la complicidad de los moradores fronterizos en las depredaciones de los indígenas y el problema de nuestros odios, de nuestras guerras civiles y de nuestras persecuciones, complicado con el problema de la seguridad de las fronteras.[15]

Otra figura que el autor rescata y reivindica es la del gaucho, quien ya es mucho más cercano al hombre civilizado y representa, de alguna manera, el estado intermedio entre lo civilizado y lo bárbaro. A pesar de que este personaje puede ser criminal o cruel, también es autóctono y, por lo tanto, tan nacional como el hombre llano. Mansilla vanagloria los conocimientos sobre el terreno que tiene el gaucho y lo beneficiosos que éstos pueden llegar a ser para la consolidación de la República por lo que, en cierta medida, lo considera menester para la conformación de un mejor país. En su Excursión lo explicita de la siguiente manera:

[Sobre el gaucho] El aire libre, el ejercicio varonil del caballo, los campos abiertos como el mar, las montañas empinadas hasta las nubes, la lucha, el combate diario, la ignorancia, la pobreza, la privación de la dulce libertad, el respeto por la fuerza; la aspiración inconsciente de una suerte menor —la contemplación del panorama físico y social de esta patria—, produce un tipo generoso, que nuestros políticos han perseguido y estigmatizado, que nuestros bardos no han tenido el valor de cantar, sino para hacer su caricatura.[16]

Nosotros bien sabemos que el texto que Mansilla anhela llegará titulado como El gaucho Martín Fierro. Será Hernández quien cantará sobre el gaucho con un fin ajeno a la caricaturización. A pesar de la visible apreciación que se propone en el texto de Mansilla con respecto a la visión del gaucho, el autor nunca niega la naturaleza vil de éste, la cual debe ser moldeada por otros. A través de la figura de este personaje de la pampa, el autor de la Excursión problematiza la noción de hombre, del que dice que es malo por naturaleza y, por tanto, se debe corregir para hacerlo bueno. Podríamos decir, entonces, que el gaucho encarna una suerte de protohombre ya que, aunque es admirable en cierta medida, y local, no está controlado, no es bueno:[17]

La raza de este ser desheredado que se llama gaucho, digan lo que quieran, es excelente, y como blanda cera, puede ser modelada para el bien; pero falta, triste es decirlo, la protección generosa, el cariño y la benevolencia. El hombre suele ser hijo del rigor, pero inclinado naturalmente al mal, hay que contrariar sus tendencias, despertando en él ideas nobles y elevadas, convenciéndonos que más se hace con miel que con hiel.[18]

Además de la continua reflexión y digresión propia de la prosa de Mansilla, se deja ver en muchos pasajes una verdadera preocupación sobre la situación nacional. Hecho notable es que las nociones expuestas en la Excursión sean de reflexión crítica propia del escritor, que no se deja contentar con la visión predominante de sus congéneres que, aunque lo limita, tampoco lo satisface, debiendo entonces ir más allá de eso. La tensión problematizada de lo civilizado y lo bárbaro es un claro ejemplo de la autonomía del pensamiento del autor en comparación a sus cercanos. En Mansilla los límites que parecían fronteras claramente marcadas de la civilización y la barbarie se vuelven relativamente permeables, quizá ésta sea la virtud mayor de su prosa. Resulta ineludible el siguiente fragmento:

Ya te he dicho que estos bárbaros respetan a los cristianos, reconociendo su superioridad moral, aunque les gusta vivir como indios, el dolce far niente, tener el mayor número posible de mujeres, tanto cuantas puedan mantener, en una palabra, ser evangelistas en cuanto esto presupone cierta virtud misteriosa para ser felices en la paz y en la guerra.

Verdad es que la civilización moderna hace lo mismo con cierto disimulo, y es por esto, sin duda, que alguien ha dicho que nuestra pretendida civilización no es muchas veces más que un estado de barbarie refinada.[19]

Dios como único absoluto

Pese al eclecticismo de Mansilla respecto a todos los tópicos que mencionamos con anterioridad, pareciera haber un imperativo absoluto e inviolable: Dios. A pesar de las contradicciones, de las digresiones constantes, de la variedad de tópicos y de la multiplicidad de relatos que el autor nos presenta, no problematiza nunca la noción de Dios, la cual aparece en reiteradas ocasiones. Por ejemplo: “Todos los días le doy gracias a Dios por haberme concedido bastante flexibilidad de carácter para encontrarme a gusto, alegre y contento”.

También en otro momento dirá, de un modo sumamente contundente:

Así es la vida, y así es la humanidad. Todo pasa, felizmente, en una situación constante, pero interrumpida, de emociones tiernas o desagradables, profundas o superficiales.

Ni el amor, ni el odio, ni el dolor, ni la alegría absorben por completo la existencia de ningún mortal. Solo Dios es imperecedero.[20]

Mansilla, hombre que encarna la crisis de las nociones que anteriormente estaban fuertemente arraigadas, que problematiza la civilización y la barbarie por igual, que fisura la ideología dominante de la clase social, a la cual pertenece, etc., etc. Un hombre de estas cualidades, que porta tantas contradicciones, no puede ser concebido sin un orden incorruptible. En este caso, Dios.

Sin embargo, si bien Mansilla ve en Dios un ente imperecedero e incuestionable, eso no impedirá que se permita poner en crisis a las formas de religión católicas. En la carta XLIX Mansilla interroga al indio San Martín acerca del precio de una vaca. Cuando este último responde que no tiene, Mansilla se sorprende: “¿Cómo que no tiene precio?”. Otra vez, la distancia entre la barbarie y la civilización. Pero aquí, por única vez en el texto, el escritor gentleman va a dar vuelta esta fórmula, como si dijera: “en realidad los bárbaros somos nosotros”. La respuesta de Mansilla deja leer que, del otro lado de la frontera, sólo el dinero es lo que rige la sociedad. Todo tiene un precio. Es unas líneas sumamente paradójicas, señala:

Estos bárbaros, dije para mis adentros, han establecido la ley del Evangelio, hoy por ti, mañana por mí, sin incurrir en las utopías del socialismo (…) Es lo contario de lo que sucede entre los cristianos. El que tiene hambre no come si no tiene con qué.[21]

¿Bárbaros que establecen la Ley del Evangelio? ¿Cristianos que dejan morir de hambre al que no tiene dinero? ¿Quiénes son, entonces, los civilizados? ¿Y quiénes son los bárbaros? Sin tapujos, con soltura y atrevimiento, Mansilla se interroga a sí mismo, pero también planta mediante esta operación la duda en sus lectores. Dice Julio Ramos respecto del escritor viajero:

Intentará, por momentos, registrar las diferencias. La discontinuidad entre los dos espacios —origen y destino— y el pasaje entre ambos, conforman la condición de posibilidad del viaje y su relato. El viajero es un relator: confabula redes, tejidos, encabalgamientos entre espacios discontinuos.[22] 

Mansilla y el fin no buscado

La historiadora Hebe Clementi dijo de Una excursión a los indios ranqueles: “Lo que no debía pasar de ser un ‘diario de campaña’ alcanza una serie de apreciaciones antropológicas y culturales de recio perfil y de despojada imparcialidad”.[23] Creemos que esta descripción es asaz acertada. Pocos hombres como Mansilla han condensado una pluralidad de tópicos y un eclecticismo que a veces resultan difíciles de discernir para el lector; ya sea por sus afirmaciones que luego parecen ser refutadas por él mismo o por la multiplicidad de relatos que se enmarcan uno encima del otro al punto que resulta fácil olvidar, por momentos, que se trata de una carta sobre una excursión al territorio de los ranqueles.

Quizá el fin de Mansilla haya sido el de legar para la posteridad un testimonio en el que se explicita la pluralidad de ideas, a veces antinómicas. La prosa de Mansilla es el primer atisbo de un conglomerado de preconceptos que empiezan a fisurarse y que terminarán de considerarse en los primeros años del siglo XX, con la reivindicación de textos como el Martín Fierro, por Lugones; y, posteriormente, con el revisionismo histórico que condenará a la oligarquía nacional de fines del siglo XIX. Podríamos poner en duda si estas intenciones son el fruto de una reflexión premeditada, o, si acaso, y por el contrario, se gestan a partir de la aventura del relato.[24]

Se ha dicho que Hernández fue el escritor que visibilizó que la maldad del gaucho no era natural a su “raza”, sino que era fruto del maltrato por parte de las autoridades. En este sentido Mansilla también, en la carta III, había sembrado una semilla:

Hoy pienso de distinta manera. Creo en la unidad de la especie humana y en la influencia de los malos gobiernos. La política cría y modifica insensiblemente las costumbres, es un resorte poderoso de las acciones de los hombres, prepara y consume las grandes revoluciones que levantan el edificio con cimientos perdurables o lo minan por su base.[25]

¿Es acaso Mansilla un precursor que atenta contra el determinismo que había sido instaurado por el pensamiento sarmientino en la ideología dominante? ¿Es una extrañeza o un síntoma de lo que vendrá?

Publicado el 6/10/2022


[1] Lucio V. Mansilla. Una excursión a los indios ranqueles. (EDICOL, Buenos Aires, 2006 [ed. orig. 1870], pp. 426-427)

[2] Noé Jitrik. El mundo del 80. (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1982, p. 17)

[3] Como por ejemplo el Fausto, de Estanislao del Campo. Ya este texto denota un tono mucho más jocoso y distendido, que luego estará presente en algunas obras de la generación del 80: “Déjelo al que está en el cielo / que es otro Fausto el que digo, / pues bien puede haber, amigo / dos burros del mesmo pelo”.

[4] Ver “El escritor géntleman” en De Sarmiento a Cortázar. Literatura argentina y realidad política

[5] Lucio V. Mansilla. Op.cit., p.34

[6] Sylvia Molloy, citada por Julio Ramos en “Entre-Otros: Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla”, en Paradojas de la letra (Caracas, Excultura, 1996, p.88)

[7] David Viñas, “Mansilla: clase social, público y clientela” en Literatura argentina y realidad política. (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967, p. 151)

[8] Lucio V. Mansilla. op. cit., p. 230

[9] Lucio V. Mansilla. op. cit., p. 230

[10] Ídem, p. 48.

[11] David Viñas, op. cit., p. 156

[12] Lucio V. Mansilla. op. cit., p. 40

[13] Noé Jitrik, El mundo del Ochenta (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1982, p.71)

[14] Ídem., p. 241-242

[15] Lucio V. Mansilla. op. cit., p. 224

[16] Ídem., p. 234

[17] Famosa es la frase del filósofo inglés Thomas Hobbes: “homo homini lupus”, es decir, “el hombre es el lobo del hombre”, esta locución latina que Hobbes retoma es utilizada para teorizar acerca de la maldad intrínseca del ser humano en relación con sus pares. Es probable que Mansilla, teniendo en cuenta su formación y su biografía haya leído a Hobbes y se haya nutrido de este postulado del mismo. En caso de querer profundizar más sobre Hobbes y su teoría, véase El leviatán, ed. orig. 1651.

[18] Lucio V. Mansilla. op. cit., p. 288

[19] Ídem., p. 255

[20] Lucio V. Mansilla, op. cit., p. 73

[21] Lucio V. Mansilla, op. cit., p.378

[22] Julio Ramos, op. cit., p.73

[23] “Prólogo” en Lucio V. Mansilla. op. cit., p. 8

[24] Para profundizar en esta noción, véase: “Mansilla, la aventura del relato”, en Julio Schvarztman (dir.), La lucha de los lenguajes, dirigida por Noé Jitrik, volumen 2 (Emecé Editores, Buenos Aires, 2014)

[25] Lucio V. Mansilla. op. cit., p.43

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