Paren de fumigar

Cuerpo y teatro

Las compañías teatrales itinerantes de tiempos antiguos y medievales eran depositarias de una suerte de maldición, por parte de los poderes y las comunidades que los legitimaban. Saltimbanquis, soldaderas, juglares y prostitutas se convertían en chivos expiatorios para las culpas y las vergüenzas de las ortodoxias. Eran formaciones teatrales malditas (mal dichas, mal nombradas, mal sentidas) por desafiar con sus promiscuidades la imposición de aislamiento en la aldea o la nación pacata, según las coyunturas y las estructuras de que fueran contemporáneas. Por hacer ver y sentir las mezclas étnicas, lingüísticas y sexuales en el espacio público. Por traducir con las palabras y los cuerpos en movimiento la tristeza humana que encarnaba / encarna la opresión, y poner en tema, desnudado en su ridiculez, el sinsentido común impuesto. Porque si bien representaban módicas versiones de obras consagradas como solemnes por las tradiciones grecolatina y / o judeocristiana (géneros benditos como la tragedia o autos sacramentales), también divertían a las multitudes con comedias profusas en obscenidades, farsas endiabladas, palabras soeces, risa fácil y liberadora, digamos: vulgaridad (= popularidad). Y eran malditas por ese costado, por ese otro costado.

Con el advenimiento de la modernidad, más allá, y más acá, de las rigideces que supo consolidar el capitalismo (paciente labor que tejió los estados modernos, los conceptos universales, el imperio de lo Abstracto y la subsunción de la realidad humana a un modo de producción), las nuevas formas de los poderes también supieron encapsular y domesticar lo popular, lo mestizo, lo dinámico y concreto y, entre otras cosas, algunas compañías dejaron las plazas, y los teatros aburguesados se emplazaron en espacios fijos y fueron incorporados al capitalismo resaltando uno de sus valores, el valor de cambio. Se repartieron funciones específicas: el Empresario, el Autor, los Actores, los Tramoyistas, el Público Distinguido, el Público Medio Pelo, los Colados. En este sentido el teatro se convirtió en actividad económica, homóloga del funcionamiento del proceso total.

Por supuesto, la tradición escénica popular también redefinió su destino en la viña del capitalismo. Las ferias, kermeses y compañías circenses continuaron ofreciéndose al espectáculo. Viajaron a América. Se mezclaron (¿cómo no?, pero pensemos en una comunión, no una conquista) con los negros y los indios. En nuestras pampas apropiadas por Roca, Sarmiento, Urquiza o Mitre (por poner un orden geográfico de sur a norte) las compañías teatrales se movían. Encarnaban a Juan Moreira mientras ganaban el aire con melodías y malabares. Educaron con sainetes y grotescos a las masas argentinas. Regalaron contrapuntos de milonga, tango y candombe. Pusieron palabras cómicas en cuerpos irónicos que (mal) representaban a los sectores dominantes y trataron de conjurar su influencia genocida. Se exiliaron en el setenta y seis, o camuflaron con alegorías sus lenguas politizadas, fundaron o acompañaron el Teatro Abierto, volvieron a los escenarios y a las plazas. Mantuvieron un recorrido a contrapelo de las modas y la lengua mercenaria del arte comercial y sostuvieron su arte, entre otras orientaciones, como una actividad política.

Cuerpos en escena

El lenguaje corpóreo de la tradición teatral popular continúa en movimiento en nuestros días. Pergamino, sí señora, sí señor, puede asistir al espectáculo que presenta una obra itinerante. Campo Santo, escrita por Fernando Crespi, con el apoyo vital y documental de Sabrina Ortiz, ofrece resistencia artística a los poderes, “con algunas escenas ficticias que se parecen a las reales y otras reales que parecen mentira”[1]. El escenario, uno nuevo cada vez[2], impulsa en carne viva la voz de la denuncia por contaminación con agro-tóxicos en Pergamino. El argumento puede resumirse en las peripecias de una protagonista que experimenta los efectos tóxicos de herbicidas como el glifosato, en su organismo y en el de sus hijos. En este sentido la obra acompaña los procesos judiciales que prohíben fumigar sobre el suelo y sobre el agua de los barrios. Canaliza la tarea política de las víctimas que denuncian la contaminación y reciben en respuesta represalias de los contaminadores, humillaciones del poder municipal y maldiciones de los sectores de la sociedad bienintencionada que paga sus impuestos. Replica la denuncia por cada gota de veneno lanzada, incluso después de la efectiva prohibición de seguir envenenando[3]. No se cansa de insistir en la advertencia de que es el modelo extractivista de recursos naturales el causante de las enfermedades y las muertes evitables: empresas de semillas y de agroquímicos, productores, exportadores, legislaciones cómplices. Paren de fumigar.

Cuerpos (¿teatrales?) políticos: lo político en la piel y en los órganos vitales, no como enunciado, no como una entelequia que avergüenza, no como una bestia que se pudiera visitar desde afuera de la jaula: lo bestial y político de esta representación / de este conflicto, es el nudo complejo hecho entre las semillas diseñadas resistentes a los agroquímicos, las aplicaciones de éstos en los cultivos, la contaminación de las napas subterráneas, la penetración por aire y agua del agro negocio en los cuerpos de la población, el rinde vampirizado, la exportación de productos agropecuarios y su invasión, ya institucionalizada, en la industria alimenticia. Por otra parte, en Campo Santo las bestias se confunden con sus motivos referenciales y entonces la amenaza se convierte en violencia efectiva. En clave de ficción, por ejemplo, en una escena nos enteramos de un escopetazo y consecuente ejecución de un perro en la casa de la protagonista. Pero no serán sólo propiedad de la ficción los disparos. Lo sabremos. Y la lengua hegemonizada que pretende descalificar por negra de mierda a la protagonista (en la voz de uno de los productores agropecuarios imputados por el delito de envenenamiento), será la lengua que constituirá la enunciación del intendente municipal, sus funcionarios y burócratas de la administración pública, y el abogado mediador. La lengua que llama a corregir el tiro y a deshonrar lo político si lo político se conjuga con lo popular. El lenguaje teatral irreverente de la farsa y, en nuestra nación, el sainete y el grotesco criollo, encarna de manera viva, con ironía, la variedad de los discursos que maldicen lo popular, con la vena satírica que hace transparente la dominación violenta de las empresas agropecuarias, la complicidad violenta de la burocracia de los Estados y la aquiescencia de una población acostumbrada a castigar moralmente y mal-decir a las víctimas.

Cuerpos en movimiento de denuncia, cuerpos en pie de risa de indignación y cuerpos cómicos de asesinos constituyen un verosímil sociológico local (“pinta tu aldea…”). Un espejo para los barrios que se presumen a salvo del agro negocio, o para los pergamineneses que directamente se apropian de las ganancias que reporta. Discurso avión fumigador, discurso mosquito de funcionarios públicos al servicio de los intereses privados y de vecinos que aplauden a sus verdugos. Discurso de goce grotesco de los cuerpos retorciéndose de moral de la dominación y de rechazo a las expresiones populares.

Algo huele a podrido en Pergamino y la paradójica tarea del arte cómico de Campo Santo reside en desenmascarar a la bestia capitalista, poniendo al revés la trama de relaciones de intereses y adhesiones, y ello, desde los materiales escénicos que a su vez representan la máscara del grotesco: entre otras cosas, la lengua viva y mordaz, lengua vulgar, popular, de ridiculización pero también de reivindicación / paren de fumigar / paren de querer contagiar la representación de lo político como aquello metafísico que avergüenza.

Nadie puede seguir negando impunemente. Al final de la representación satírica, suele Sabrina Ortiz saludar al público junto a la compañía de teatro y convalidar la denuncia artística con el testimonio de su denuncia penal, política y cultural, con la pancarta paren de fumigar en el cuerpo.

Publicado el 6/10/2022


[1] Fragmento de invitación virtual a la presentación del grupo teatral en la sala del Movimiento de Jubilados y Jubiladas de Pergamino (MOJUPER), el 30 de agosto de 2022.

[2] Entre otras presentaciones, la obra se puso en escena en la sala del MOJUPER el 30 de agosto, y en octubre se estará presentando en el ISFDyT 122.

[3] Esta prohibición es consecuencia de un fallo de la justicia federal en abril de 2019.

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