Terror y sexo

Mariana Enríquez

Allí, en la casa negra, le eran habituales
los placeres terribles que, de haberlos
sospechado en la existencia de otro hombre
le habrían separado para siempre de él.[1]


ROBERTO ARLT

Las sexualidades y los discursos que las tratan

A causa de un pudor que el cristianismo llevó al paroxismo en el Medioevo y que se ha complejizado —mas no erradicado— con el predominio del raciocinio del Iluminismo aún resulta problemático para algunos lectores pensar en el discurso sexual. Esta vituperación discursiva que han sufrido las diversas expresiones de sexualidad, recién empieza a desvanecerse, aunque apenas levemente, a partir de los discursos del siglo XX; tiempo histórico en el cual se empiezan a poner en crisis las nociones que censuran lo corpóreo por considerarlo “bajo” y que enaltecen lo psíquico por concebirlo como “alto”. Estas categorías racionalistas, que afloraron en la Ilustración, son modificaciones de un germen platónico que también influyó en las ideas judeocristianas del castigo, el celibato y la pureza del cuerpo. A pesar de que se suele separar, por un lado, a los griegos como portadores de ideas avanzadas y representativas de una libertad intelectual prodigiosa; y, por otro lado, realzar la figura medieval de la Iglesia omnipotente y omnipresente como una respuesta antagónica a la Antigüedad, Michel Foucault plantea lo siguiente: “La moral sexual del cristianismo y la del paganismo forman un continuo”.[2]

Muchos griegos, durante la Antigüedad, consideran que el placer sexual es “cualitativamente inferior”[3] y, a su vez, creen importante disociarse del hecho sexual ya que la elisión del placer que genera el sexo tiene un rol fundamental pues “sólo los placeres del cuerpo revelan la intemperancia”.[4] A pesar de estas ideas de sexualidad reservada y moderada, en la Grecia Antigua no es problemático el sexo del otro con el que se da el acto del placer: la moralidad ante el sexo reside en lo cuantioso del hecho. Dicho de otra forma, controlar el placer sexual, en pos de mostrarse como dominante de los deseos personales, es una muestra de superioridad ética, poco importan las preferencias sexuales del acto que se censura. Posteriormente, el cristianismo atentará directamente contra la práctica misma que proviene del deseo y regulará más los cuerpos al considerar desviaciones las prácticas que no tienen como fin la procreación; incluso será más intempestivo contra encuentros que no respeten la heteronormatividad como, por ejemplo, la homosexualidad.

A partir del Siglo de las Ideas acontece un hecho particularmente peculiar: se expanden las expresiones discursivas que refieren la sexualidad, pero, al ramificarse tanto la naturaleza de los discursos, comienzan a germinar términos ligados a especificidades que diluyen el tópico de lo sexual, censurándolo. Así, se crea un fenómeno que, más que nunca, engendra discursos sobre las sexualidades, pero al mismo tiempo opera sobre ellas y las vitupera.

Más que la uniforme preocupación de ocultar el sexo, más que una pudibundez general del lenguaje, lo que marca a nuestros tres últimos siglos es la variedad, la amplia dispersión de los aparatos inventados para hablar, para hacer hablar del sexo, para obtener que él hable por sí mismo, para escuchar, registrar, transcribir y redistribuir lo que se dice. Alrededor del sexo, toda una trama de discursos variados, específicos y coercitivos: ¿una censura masiva, después de las decencias verbales impuestas en la edad clásica? Se trata más bien de una incitación a los discursos, regulada y polimorfa.[5]

La literatura, sin embargo, parece ser uno de los campos de expresión más propensos a eludir la coerción impuesta, por los mecanismos que operan con el poder: para censurar el discurso sexual.[6] Sería poco riguroso marcar que la relación entre la literatura y el acto carnal es un vínculo reciente. Hay sexo en las tragedias y en los mitos grecolatinos. Existe también el ejemplo del Marqués de Sade, tildado de perverso y despreciado por sus contemporáneos. Incluso en la Edad Media, por fuera de la censura del aparato abrasivo de la Eclesiástica, y en otras culturas se gestaron poemas que loaban lo que el cristianismo perseguía.[7]

Estos breves ejemplos son útiles para retratar la presencia de las sexualidades en las literaturas, cualquiera fuera su naturaleza a lo largo del tiempo. La presencia del sexo se extiende a diversos géneros y la relación entre ambos espacios —el literario y el sexual— no es característica única de un género particular. Quizá no sea en vano recordar la sexualidad reprimida por los humillados de Roberto Arlt,[8] la orgía que retrata Poe en su cuento “La máscara de la Muerte Roja”[9] o la ardid de índole sexual urdida por Emma Zunz en el cuento homónimo de Jorge Luis Borges[10], por mencionar algunos ejemplos.

Para Michel Foucault, el viraje hacia un discurso interior y el monólogo interno como confesión predilecta por los narradores para demostrar sus más oscuros secretos, tiene su raíz en el discurso medicinal sobre el sexo, especialmente en la función que la confesión de la patología ante el médico, desempeñó como nueva instancia a través de la cual fluía el poder. En este nuevo esquema, el dominante sería quien calla, y el vulnerado, quien confiesa. En particular de la literatura, el filósofo dice lo siguiente:

[Hablando sobre la confesión] De aquí deriva, sin duda una metamorfosis en la literatura del placer de contar y oír, centrado en el relato heroico o maravilloso de las “pruebas” de valentía o sanidad, se pasó a una literatura dirigida a la infinita tarea de sacar del fondo de uno mismo, entre las palabras, una verdad que la forma misma de la confesión refleja como inaccesible.[11]

El género de terror, al ser también expresión literaria, no es ajeno a tratar las sexualidades. El ejemplo mencionado de Poe deja esto claro, pero también el terror se ha manifestado en lengua castellana. De hecho, en Argentina, una escritora que utiliza frecuentemente utiliza frecuentemente el discurso de las sexualidades como un componente auxiliar al terror es Mariana Enríquez, quien a través de las manifestaciones del sexo dota de matices muy particulares a otros elementos tradicionales del género presentes en su prosa cuentística. A continuación, propongo abordar ciertos elementos presentes en los textos de la autora con la finalidad de demostrar dicho uso de las sexualidades en el género del terror.

La heterosexualidad fracasada y sus consecuencias

Muchos textos de Enríquez presentan personajes femeninos que se encuentran disconformes con su experiencia sexual personal. La insatisfacción que otorga la pareja, la imposibilidad de consumar el placer sexual con un alterno masculino, o directamente la necesidad de buscar el placer a través de medios que desafían la concepción tradicional del encuentro sexual y, por tanto, son fetichistas, están presentes en diversos cuentos de la autora. Revisemos algunos casos.

La primera problemática de las que enumero, la inconformidad con las prácticas heterosexuales está presente en, por mencionar algunos cuentos: “Tela de araña” y “El patio del vecino”.

En el primero de los textos mencionados, y a través de la primera persona, se nos relata un viaje a Corrientes que lleva a cabo la protagonista con su pareja, Juan Martín, con el fin de conocer a los parientes de la primera. Desde un principio se plantea la disfuncionalidad de la relación y la tensa situación entre ambos. Al encontrarse con sus familiares del interior, la narradora nota con más claridad todo lo que repudia de su pareja y la incompatibilidad innegable entre ellos. En las primeras páginas del relato, la voz principal expresa lo siguiente:

Juan Martín no era violento, ni siquiera era celoso. Pero me repugnaba. ¿Cuántos años iba a pasar así, asqueada cuando lo escuchaba hablar, dolorida cuando teníamos sexo, silenciosa cuando él confesaba sus planes de tener un hijo y reformar la casa?[12]

Al fracaso sexual de la pareja se agregan otros que acrecientan la distancia entre ambos personajes. Es también notable la representación del sexo como vía para algo; en este caso, para engendrar descendencia y asentar las bases de una institución familiar. Esta concepción judeocristiana exhibida por Juan Martín atenta contra el placer sexual que quiere experimentar la narradora protagonista y que tanto anhela. A pesar de su deseo, recibe únicamente dolor.[13]

En “El patio del vecino”, se narran los momentos de tensión entre Paula y su pareja, luego de que aquélla empieza a ver lo que cree es un niño desnudo, atado, que de tanto en tanto se asoma a las baldosas que se avistan desde la terraza del departamento en donde ambos habitan. Sus encuentros sexuales son nulos, y le son expuestos al lector de la siguiente manera:

(…) hacia un año, por lo menos, que no tenían sexo. A Miguel parecía no importarle; ella ciertamente no tenía ganas. Vivían en una tranquilidad leve, pero no amistosa. Faltaba tiempo, pensaba Paula; a lo mejor, en un año hasta volvían a coger o al final se hacían amigos, separados de hecho, y la cosa se relajaba y podían seguir viviendo juntos, como les pasaba a tantas parejas que se querían pero ya no estaban enamoradas.[14]

A lo largo de la narración, como efecto colateral de los sucesos de la historia, se incrementa la tensión preestablecida por la voz narradora. Es tal el quiebre entre ambos, que Miguel la deja sola al no volver a la casa después de su jornada laboral. Ese quiebre alimenta la tensión que se resuelve en los eventos finales del cuento.

Contrario a lo que le ocurre a la narradora de “Tela de araña”, que sufre al tener que entregarse sexualmente a Juan Martín, en el caso de Paula, la problemática sexual se debe al celibato involuntario de ella. Miguel no quiere seducirla y ella tampoco intenta llamar su atención, por lo que la austeridad carnal que ambos viven alimenta aún más la situación delicada que supone la convivencia. En ambos cuentos, sin embargo, el tema sexual en cuestión es la ineficacia de lograr el placer con el otro elegido y el arrepentimiento de esa elección; la de una otredad que no puede satisfacer el deseo.

Sin embargo, estos dos casos a los que aludo son particularmente de historias son particularmente de historias heterosexuales” o “de historias de parejas heterosexuales”; en “La hostería”, el caso es distinto. En este relato, se cuenta cómo dos chicas jóvenes, que son amigas, se meten dentro de una hostería para hacer una broma pesada con el fin de vengarse de la dueña del complejo. Sin embargo, se insinúa, primero de manera implícita, que las dos protagonistas de la narración podrían tener un vínculo sexoafectivo lésbico. Cito:

Ay, estoy cansada, dijo Rocío, tirémonos un rato.

Sos loca vos.

No pasa nada, dale, descansemos.

Pero cuando iban a acostarse sobre la cama matrimonial recién hecha, desde afuera llegó un ruido que las obligó a agacharse, asustadas. Fue repentino e imposible…[15]

Esta posible relación lésbica parecería confirmarse con una de las últimas líneas del cuento, en las que la hermana de Florencia, Lali, le dice lo siguiente: “Si no, le cuento a mamá que sos tortita. Todo el mundo se da cuenta menos ella. Te agarraron a los chupones con tu amiga, ¿no?”.[16] En la cuentística de Mariana Enríquez, además del fracaso de la heterosexualidad, se suma la imposibilidad de resolver la tensión sexual cuando quienes participan del acto parecen salir fuera del espectro heteronormativo.

Sumándose a la temática del fracaso de la heterosexualidad o a las que imponen otras expresiones sexuales, en relación con los sujetos que interceden en el acto carnal, está el caso de los fetiches que buscan suplantar el placer que el sexo no puede proveer. El fetichismo presente en textos como “Dónde estás corazón” y “Los peligros de fumar en la cama” sirven para representar el elemento terrorífico que la narración va a exhibir al lector.

El primero de estos dos cuentos relata cómo, a causa de una experiencia sexual traumática en temprana edad, se gesta una relación problemática con el deseo sexual de la narradora, quien, recordando la cicatriz en el pecho de su violador, busca personas con problemas cardíacos y respiratorios muy específicos. Estos pacientes con cierto deterioro cardíaco le recuerdan a su abusador. Esta obsesión con las patologías cardíaco-respiratorias es excluyente de otras enfermedades ya que, para la narradora, existen afecciones aborrecibles: “las otras enfermedades no se escuchaban. Es más, muchas se olían, cosa que me desagradaba”.[17] Esta preferencia sexual fetichista es el hilo a través del cual van apareciendo los elementos de terror en el cuento.

Lo que en principio es un fetiche a través del cual la narradora puede lograr el orgasmo, empieza a actuar como un opiáceo, ya que genera resistencia y es necesario aumentar la intensidad del fetiche para lograr la satisfacción y el placer sexual. En un primer acercamiento, el fetiche genera cierta reticencia para la protagonista, quien luego termina entregándose a él; y puede, al fin, contentarse masturbándose con el sonido de latidos de enfermos: “me preocupé porque no me interesaba el sexo real. Las pistas de audio con latidos de corazones lo suplían todo. Podía masturbarme con los auriculares puestos por horas”.[18] Estos descargos sexuales rápidamente prueban ser insuficientes, por lo que la protagonista del cuento luego entra a un foro fetichista de Internet donde enfermos cardíaco-pulmonares suben grabaciones de sus latidos. Es a través de este mismo foro que conoce a una persona enferma que vive en su misma ciudad y empiezan a encontrarse con frecuencia cada vez más recurrente. Al final del relato, la narradora le hace saber al enfermo que quiere verle el corazón latir y dejar de hacerlo entre sus manos, ante lo cual él accede.

Ni siquiera protestó cuando le dije que estaba aburrida. Que quería verlo. Apoyar mi mano sobre el corazón despojado de costillas, de jaulas, tenerlo en la mano latiendo hasta que se detuviera, sentir las válvulas desesperadas en un abrir y cerrar a la intemperie. Sólo dijo que él también estaba cansado.

Y que íbamos a necesitar una sierra.[19]

El caso del cuento “Los peligros de fumar en la cama” también es digno de mención. En este relato se narra, brevemente, el caso de la muerte de una mujer paralítica que se incinera, involuntariamente, luego de quedarse dormida con un cigarrillo entre los dedos. Durante la narración acompañamos a Paula, quien sufre un bajo libido de hace ya cierto tiempo.

(…) empezó a acariciarse el clítoris primero en círculos, después con un frote vertical, después con delicados tirones al fin de un lado al otro. Ya no servía de nada, antes enseguida sentía ese comienzo de escalofrío y el calor de la sangre que se convocaba y después el dedo sentía la piel de la vulva algo más áspera, granulada, y con el gran temblor final llegaba la humedad, ella realmente sentía que se meaba, todo eso antes. Ahora hacía tanto que no pasaba nada y se frotó hasta la irritación y el dolor, pero paró antes de la sangre, porque sabía que ésa, la sangre, era la única humedad que últimamente podía arrancarse.[20]

Al final de breve relato, Paula logra encontrar una cierta calma que la satisface al incendiar y agujerear con el fuego la sabana de la cama. Por lo que concluye que debe seguir perpetrando la acción de quemar la sabana. Cito: “lo supo ni bien lo vio, lo único que quería era un cielo estrellado sobre su cabeza”.[21] El lector intuye que el destino de Paula es la incineración y el fuego es la única vía que encuentra para acallar su abstinencia sexual.

En ambos casos, los medios sexuales tradicionales se muestran insuficientes para satisfacer el deseo sexual de las protagonistas de los cuentos. La diferencia capital la marca la naturaleza del reencuentro con esa satisfacción perdida. En el caso de “Las cosas que perdimos en el fuego”, la satisfacción sexual se suple con la piromanía, que parece atenuar la pérdida de la libido de la protagonista; en el caso de “Dónde estás corazón”, la experiencia nunca fue sentida por fuera del hecho fetichista, no hay nada que suplantar porque únicamente el fetichismo de los latidos de pacientes cardíaco-pulmonares suponen la vía a través de la cual se alcanza el placer. 

La demonización del sexo

Además de poder abordarse como expresión literaria de una heterosexualidad fallida, como vimos en los ejemplos anteriores, la representación sexual en Enríquez también puede engendrar otra veta particular del sexo que es interesante abordar: la demonización del mismo. El culto a deidades paganas y las ofrendas corpóreas son temas centrales de algunos textos de la autora; también se hace presente la manifestación de alguna crisis demoníaca o bestial marcada por tintes sexuales que acrecientan lo grotesco.

Para hablar del paganismo y del sexo podemos recurrir a los cuentos “La virgen de la tosquera” y “El chico sucio”. En el primero, se narra cómo un grupo de chicas menores de edad sienten una atracción sexual ante Diego, un joven apuesto que establece una relación sexoafectiva con Silvia –amiga de las jóvenes, aunque dos años mayor–, hecho de aviva en ellas un resentimiento en forma de odio hacia Silvia.

Queríamos a Diego para nosotras, no queríamos que fuera nuestro novio, queríamos nomás que nos cogiera, que nos enseñara como nos enseñaba sobre el rocanrol, preparar tragos y nadar mariposa.

De todas, la más obsesionada era Natalia. Ella era virgen todavía.[22]

En la narración se nos relatan las recurrentes escapadas que hacían Silvia con las jóvenes y Diego hacia la tosquera de la Virgen, donde se sumergían en el agua y disfrutaban recreativamente. Justamente Natalia, el personaje mencionado en la cita, será quien terminará sellando el destino de Diego y Silvia, quienes —el lector intuye— terminarán siendo asesinados por una jauría de perros que Natalia llevará al lugar. La distorsión de la figura cristiana y la aparición de un culto pagano nos hace pensar en una suerte de sacrificio. El altar pagano aparece retratado cuando Natalia se empeña en ver personalmente a la Virgen de la tosquera, pero termina encontrándose con un ídolo no cristiano. Las amigas de Natalia, que rechazaron acompañarla y la están esperando a que regrese del periplo se enteran de que, contra lo que indicaba el nombre del lugar, no había una virgen.

Nos dio miedo. Le preguntamos quién era, entonces. Nos dijo que no sabía, algo brasilero. También nos dijo que le había pedido algo. Que el rojo estaba muy bien pintado, y brillaba, parecía acrílico. Que tenía un pelo muy lindo, negro y largo, más oscuro y sedoso que el de Silvia. Y que cuando se le acercó, el falso manto blanco virginal se le cayó solo, sin que ella lo tocara, como si quisiera que ella lo tocara, como si quisiera que Natalia la reconociera. Entonces le había pedido algo.[23]

En este cuento, Enríquez trabaja la relación de lo sexual no consumado como justificativo para un sacrificio, y hace que en el cuento ingrese el elemento pagano que, como todo lo pagano, fue ligado por el cristianismo a lo herético, a lo bárbaro y a lo demoníaco.

En “El chico sucio”, se narra como una residente del barrio porteño de Constitución conoce a un niño que vive en la calle con su madre adicta. La imagen grotesca de la madre embarazada y del niño desamparado conmueven a la protagonista, quien acompaña al niño en una caminata y le compra un helado. Luego de este suceso, no vuelve a verlo y piensa constantemente en él. Después de unos días, a través de una noticia televisiva, se entera sobre el asesinato de un joven bajo circunstancias horripilantes. Su pesquisa la lleva a buscar a la madre drogadicta del “chico sucio”, ya que cree que el niño fue un sacrificio para una deidad. Al cabo de unos días, encuentra a una mujer que cree ser la que busca y la interrumpe violentamente en la calle, interrogándola a la fuerza. Cuando la adicta logra zafarse y huye unos metros, se da vuelta y revela el destino de ambos niños, tanto del “chico sucio” como del anterior no-nato.

—¡Yo se los di! —me gritó.

El grito fue para mí, me miraba a los ojos, con ese horrible reconocimiento. Y después se acarició el vientre vacío con las dos manos y dijo, bien claro y alto:

—Y a este también se los di. Se los di a los dos.[24]

Luego se escapa y finaliza la narración. En este segundo ejemplo, el sacrificio es mucho más explícito. Se menciona en diversas instancias de la narración los cultos paganos a los que rinden tributo varios residentes del barrio, haciendo especial hincapié en un San La Muerte presente en el vecindario. Los elementos del entorno de la narración nos adelantan el ambiente pagano que luego termina de explicitarse con el sacrificio explícito.

La presencia del paganismo y su relación con la sexualidad es expresa; la cópula es la vía a través de la cual se engendran los objetos de sacrificio. Se utiliza, por tanto, el sexo como un medio pragmático para obtener otra cosa. Lo horrible del hecho reside en la finalidad del sexo y su relación con lo pagano y el sacrificio, que permite intuir un vínculo subrepticio con lo demoníaco que reside en la deidad —o las deidades— que recibe dichos sacrificios.

En ambos casos, el sexo motiva ofrendas a deidades que, el lector intuye, tienen un vínculo con lo demoníaco. En el primer caso, la falta de la satisfacción sexual por parte de Diego y la exclusividad del encuentro carnal por parte de Silvia justifican el sacrificio, que es hecho en tono de venganza; en el segundo, el sacrificio no tiene una finalidad ni una justificación explícita, pero sin embargo el sexo está presente, pues a través de la cópula se llega a los objetos de ofrenda.

Otro aspecto interesante que trabaja Mariana Enríquez, particularmente en su cuento “Ni cumpleaños ni bautismos”, es la demonización de la experiencia de la sexualidad, retratada en el caso de la masturbación. En esta ficción narrada a través de la protagonista, se presenta el trabajo inusual de Nico, entusiasta del cine, quien se dedica a tomar fotos o grabar videos poco ortodoxos, de ahí la consigna con la que se publicita: “Nicolás. Filmaciones raras. No hago cumpleaños, bautismos o fiestas familiares”.[25] Un día, este cineasta amateur recibe un trabajo que consiste en filmar la “posesión” de una joven que, asegura, es poseída por un demonio que la obliga a perpetrar acciones en contra de su voluntad. La madre de la chica, preocupada por esto, quiere demostrarle que no existe tal fuerza demoníaca y, para fundamentar la afirmación, le pide a Nico que la grabe durante uno de sus episodios. Él, luego de firmar a la joven que se llama Marcela, vuelve a su casa y llama a la protagonista para mostrarle cómo ella actuaba en el video.

[Hablando de Marcela] Más tarde la vimos juntos, mientras se arrancaba el pulóver enorme (y había cicatrices en los brazos, que parecían un mapa o una telaraña) hasta el momento en que, boca abajo, se metía dedos por la vagina y el culo, gritando que basta, que no.[26]

Históricamente, el sexo fue concebido como algo bestial y que debe mantenerse secreto y, por lo tanto, practicarse en privado. Es sabido que uno de los grandes exponentes de la escuela cínica, Diógenes de Sinope, protestaba activamente contra la concepción reservada que tenían sus contemporáneos con respecto a la práctica de las aphrodisia.[27] En el relato de Mariana Enríquez, la posesión demoníaca expone la masturbación con intensidad bestial y viola constantemente, al permitir la grabación del suceso, la idea de privacidad y reserva que los griegos profesaban que se debía tener al experimentar la sexualidad. En “Ni cumpleaños ni bautismos”, la autora nos muestra al sexo como un elemento que bestializa aún más la posesión y, por tanto, genera un efecto más terrorífico al ser expuesta al lector; la posesión, es interpretada por el lector, a medida que va avanzando en la narración, la posesión es interpretada por el lector como el resultado de un problema psiquiátrico que deviene de un trauma. Antes de que el cuento llegue a su fin, Nico interroga a Marcela acerca de cómo se efectuaba las heridas y cortes en los brazos. Marcela responde a la pregunta de la siguiente forma: “Yo no me lastimo. Él me lastima. Cuando duermo”.[28] Una lectura posible permite interpretar un evento traumático en la infancia: el abuso y la reiteración del acto por parte del padre de Marcela. Esto es factible gracias a ciertas pistas que están presentes en el texto.[29]

Las perversiones abundan

Además de los hechos puntuales y de las nociones abordadas en profundidad, hay una característica reincidente en el mundo que engendra la prosa de Mariana Enríquez: la perversión es una constante muy recurrente en sus cuentos. Al momento de crear la atmósfera terrorífica de sus relatos, la autora se vale de manifestaciones y expresiones sexuales socialmente condenadas para mostrarle al lector la crueldad explícita del espacio que habitan los personajes. Es así como Nico en “Ni cumpleaños ni bautismos” menciona que tuvo que grabar vídeos de niñas cuya edad fuera “no menos de doce pero de más de seis”.[30] También en el relato “Chicos que vuelven”, que narra extensivamente la desaparición de jóvenes menores de edad y su reaparición masiva, uno de los personajes más relevantes es Vanadis, una prostituta menor de edad, que apareció muerta luego de ser violada en manada.[31]Otro ejemplo de una perversión se encuentra en la ficción titulada “Verde rojo anaranjado”, en la que se habla de una comunidad de Internet donde se comparten vídeos snuff y violaciones grabadas.[32]

Éstas son solo algunas de las varias perversiones que Enríquez utiliza como elementos auxiliares a través de los cuales dota de una crueldad mayor a su universo de ficción cuentística. El terror se siente más cruento y llega con más fuerza cuando el lector debe concebirlo en un mundo que ya de por sí parece terrorífico en su estado natural. Esta doble operación con la que juega la autora es clave; las perversiones de las ficciones son terroríficas, pero la narración a su vez nos va a mostrar un ejemplo particular que se destaca por su naturaleza terrorífica dentro de un mundo que ya lo es.

Las libertades irrevocables

Hablar de las sexualidades siempre responde a un tipo de resistencia.[33] La discursividad literaria debe concebirse con total libertad de poder tratar la totalidad de los temas posibles, sin vituperio alguno. Kafka, en uno de sus papeles recuperados, dejó escrito el siguiente testimonio: “Jamás experimenté la moderación”.[34] La literatura nunca puede ser juzgada bajo los preceptos de mesura que los griegos utilizaban para regir sus vidas —y que, en parte, aún persisten en muchos discursos actuales—. La poesía, la novela, el cuento y otras formas de expresión literaria están exentas de responder a cualquier tipo de reclamo moral o ético, y no deben temer atentar contra el resquemor de quienes buscan censurarla.

Nietzsche dice que las personas críticas son aquellas que se permiten experimentar y que encuentran verdadero placer en ello.[35] Mariana Enríquez se ha permitido experimentar y tratar la sexualidad de manera recurrente como forma de alimentar y auxiliar su tentativa del terror en su obra cuentística. La literatura debe ser un discurso libre de ataduras que le prohíban ciertos abordajes, por más que aquellos resulten polémicos o inmorales para ciertos sectores. La experimentación placentera es una gran vía posible para que se gesten obras de calidad, necesarias para seguir aportando, desde la contemporaneidad ineludible, a la literatura universal.

Publicado el 6/10/2022


[1] Roberto Arlt. Los siete locos. (Ediciones Libertador, Buenos Aires, 2015 [ed. orig. 1929], p.113).

[2] Michel Foucault. Historia de la sexualidad 2. El uso de los placeres. (Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2013) [ed. orig. 1984], p. 27

[3] Ídem, p. 54

[4] Ídem, p. 44

[5] Michel Foucault. Historia de la sexualidad 1. La voluntad del saber. (Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2014 [ed. orig. 1976], p. 37).

[6] En el presente texto utilizo la noción de “poder” del modo como la concibió el pensador Michel Foucault, quien dijo al respecto: “Me parece que por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del campo en el que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran la unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario, los desniveles, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales.” (Véase: Michel Foucalt. Historia de la sexualidad 1. La voluntad del saber, ed. cit., p. 88-89).

[7] Para un claro ejemplo de poesía homoerótica hispanoárabe, véase: Ibn Quzman. El cancionero hispanoárabe. (Editora Nacional, Madrid, 1984)

[8] Tanto la noción de “humillado” como la idea de sexualidad reprimida es tratada por Oscar Masotta y luego retomada y reformulada por José Amícola. Para noción primera, véase: Oscar Masotta, Sexo y traición en Roberto Arlt. (Eterna Cadencia Editora, Buenos Aires, 2018 [ed. orig. 1965]). Para la problematización del término, véase: José Amícola, Astrología y fascismo en la obra de Arlt. (Weimar Ediciones, Buenos Aires, 1984)

[9] Aunque no es mencionada explícitamente, se puede leer entre líneas la naturaleza de la fiesta en la abadía a través de ciertos pasajes del texto. Por ejemplo: “El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino.” Las itálicas son mías. Para la lectura del texto completo, véase: Edgar Allan Poe, “La máscara de la Muerte Roja” en Cuentos       completos (Edhasa, Buenos Aires, 2013).

[10] En el cuento Emma Zunz urde un plan que requiere entregarse sexualmente a un inmigrante escandinavo como parte de su estratagema de venganza. Este hecho, al ser virgen la protagonista de la historia, la afecta notablemente. Cito: “Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían”. Para la lectura del texto completo, véase: Jorge Luis Borges, “Emma Zunz” en El Aleph (Debolsillo, Buenos Aires, 2015 [ed. orig. 1944]).

[11] Michel Foucault. Historia de la sexualidad 1. La voluntad del saber, ed. cit., p. 60

[12] Mariana Enríquez. “Tela de araña” en Las cosas que perdimos en el fuego (Editorial Anagrama, Buenos Aires, 2016), p. 94-95

[13] Michel Foucault dirá: “[Hablando del valor del acto sexual] el cristianismo, a diferencia de lo que sucedía en las sociedades griegas o romanas, sólo lo aceptaría [al sexo], dentro del matrimonio monogámico y, dentro de esa conyugalidad, le impondría el principio de una finalidad exclusivamente procreadora”. (Véase: Michel Foucault, Historia de la sexualidad 2. El uso de los placeres, ed. cit., p. 20)

[14] Mariana Enríquez, “El patio del vecino” en Las cosas que perdimos en el fuego, ed. cit., p. 138

[15] Mariana Enríquez, “La hostería” en Las cosas que perdimos en el fuego, ed. cit., p. 44

[16] Ídem, p. 47

[17] Mariana Enríquez, “Dónde estás corazón” en Los peligros de fumar en la cama. (Editorial Anagrama, Buenos Aires, 2017 [ed. orig. 2009]), p.116

[18] Ídem, p. 116-117

[19] Ídem, p. 122

[20] Mariana Enríquez, “Los peligros de fumar en la cama” en Libro homónimo, ed. cit., p. 212-213

[21] Ídem, p. 214

[22] Mariana Enríquez, “La virgen de la tosquera” en Los peligros de fumar en la cama, ed. cit., p. 31

[23] Ídem, p. 36-37.

[24] Mariana Enríquez, “El chico sucio” en Las cosas que perdimos en el fuego, ed. cit., p. 32

[25] Mariana Enríquez, “Ni cumpleaños ni bautismos”, en Los peligros de fumar en la cama, ed. cit., p. 138

[26] Ídem, p. 145

[27] Michel Foucault, rememora la figura de Diógenes de Sinope, a través de los textos de Diógenes Laercio para ejemplificar como la escuela cínica oponía resistencia a la concepción generalizada acerca de las prácticas de las aphrodisia. (Véase: “1. La problematización moral de los placeres” en Michel Foucault, Historia de la sexualidad 2. El uso de los placeres, ed. cit., p. 39-105)

[28] Mariana Enríquez, “Ni cumpleaños ni bautismos”, en Los peligros de fumar en la cama, ed. cit., p. 149

[29] En una visita Nico es recibido por el padre de Marcela. El párrafo posee uno de los indicios que auxilian la interpretación que menciono: “Se mostraba más abierto a hablar que la esposa. (…) Marcela siempre había tenido mucha imaginación y él se sentía culpable por habérsela estimulado.” Las itálicas son mías. (Véase: “Ni cumpleaños ni bautismos”, en Los peligros de fumar en la cama, ed. cit., p. 146-147)

[30] Ídem, p. 140.

[31] Véase: Mariana Enríquez, “Chicos que vuelven” en Los peligros de fumar en la cama, ed. cit., p.153-205

[32] Véase: Mariana Enríquez, “Verde rojo anaranjado” en Las cosas que perdimos en el fuego, ed. cit., p. 175-184

[33] Michel Foucault dice al respecto: “Si el sexo está reprimido, es decir, destinado a la prohibición, a la inexistencia y al mutismo, el solo hecho de hablar de él, y de hablar de su represión, posee como un aire de transgresión deliberada”. (Véase: Michel Foucault. Historia de la sexualidad 1. La voluntad del saber, ed. cit., p. 12)

[34] Franz Kafka, “Fragmentos de cuadernos y hojas sueltas” en Consideraciones acerca del pecado el dolor la esperanza y el camino verdadero. (Editorial Alfa, Buenos Aires, 1975).

[35] Ver: Friedrich Nietzsche “Aforismo 210”, en Más allá del bien y el mal (Olmak Trade, Barcelona, 2019 [ed.orig. 1886]), p. 106-107.


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